lunes, agosto 27, 2012

Análisis: Crispados en la Política (parte 3) - Analyse: crispées en politique (partie 3)


Entre la descalificación y el desprecio, el clima de la política aparece como si existiera una confrontación terminal con tonos apocalípticos. Verdadero rasgo de época, la crispación tiende a negar al otro, a ocultar que, en realidad, no hay tantas diferencias. O a esconder las verdaderas diferencias

Horacio Gonzalez: Genealogía de la crispación

Un sentimiento incómodo invade el razonamiento político cuando percibimos que la confianza pública queda constreñida por algún hecho inesperado, surgido de las sombras. Parece fácil que se arruinen experiencias que de antemano habían originado expectativas. ¿No es así el trámite mismo de la política y la historia? El gran periodismo parece haberse inventado para hacer la crónica balzaquiana que más le complace, la de la caída de las ilusiones. ¿Y ahora, cómo salir del desconcierto?
Podríamos considerar que las sociedades contemporáneas sostienen tres discursos esenciales. El primero es el de los movimientos populares de la tradición social y democrática. En una rápida descripción, nos encontramos en Latinoamérica con el súper-protagónico chavismo y su gran leyenda movilizadora; con la sobresaltada experiencia posperonista de Kirchner; con Tabaré Vázquez y su modernización asociada a una apuesta con escasos reparos a la globalización; en Bolivia con el complejo indigenismo nacional de resarcimiento; y en Chile con un socialismo racionalista, tecno-liberal. Por último, está Lula y su difícil equilibro entre el proyecto de gran potencia industrial y la promesa de una sociedad equitativa.

El segundo discurso es el que proviene de los modismos más evidentes de los medios de comunicación. En todo el mundo han desarrollado un modelo de fiscalía heredado de las grandes experiencias jurídicas de sociedades que consagraron los derechos individuales, pero aliado a una retórica folletinesca, que también hereda el corte espectacular de los relatos periodísticos inventados en el siglo XIX. La investigación sobre los procedimientos políticos en el plano interior de las maltrechas instituciones estatales tiene el éxito que les provee la existencia real de una cuestionable diplomacia secreta, decisiones en la penumbra y proposiciones no excusables por cualquier sistema moral que sea. El giro de los medios de comunicación hacia la inspección integral de las acciones políticas construye un relato que apela a las expectativas ficcionales y a la imaginación colectiva de un público que secretamente admira las conspiraciones develadas y los arreglos de trastienda.
Un tercero es el de la desactivación de la historicidad social a través de las vertientes fundamentales de una nueva ética transpolítica. De ahí su misterioso atractivo. Por un lado, tenemos un neo-puritanismo que se basa en una tradición republicana de derecha combinada por un enfoque beatífico y moralizante. Esta articulación la expresa la doctora Carrió. Por otro lado, un evangelio de pequeños propietarios atrincherados que crece en todo el mundo al compás de las oscuras corrientes de insatisfacción que conmueven a grandes porciones atemorizadas de la población. De esto último, el macrismo es expresión exitosa y calificada. Su reciente esplendor en las votaciones le recomienda la espera de turnos y lapsos establecidos en las lógicas electorales, lo que lo inhibe del “golpismo involuntario” que subyace en la coyuntura pulsional de muchas verbosidades argentinas.

Un reciente concepto de crispación asuela el lenguaje político y exhibe la productividad política de un difuso fastidio de las capas medias organizadas por la red mediática. En el “juego del go” de la política, los asesores de Macri proponen una estética de “des-crispación”. Es la política sin alma histórica ni protagonismo colectivo. Sólo un género más, como cualquier otro, desvigorizando el sujeto público con una nueva sentimentalidad administrada.
Ahora bien, los movimientos sociales mencionados en primer término atraviesan dramáticas dificultades. El discurso social democrático latinoamericanista es lo que ahora hay que salvar otorgándole significaciones más vitales y con nuevos compromisos autocríticos. Atraviesan conocidos obstáculos, además de los que ellos mismos producen con sus propias improcedencias. Parecería que no tienen por sí mismos la posibilidad de dar respuestas completas a las reconstrucciones nacionales forjando una duradera alianza social con nuevos conceptos económico-políticos, recuperando los recursos naturales de sus países y recomponiendo el estilo de la movilización social con perspectivas institucionales renovadoras.

El proyecto fundador de sociedades justas y autonomistas no puede ser argumento para tolerar grietas de eticidad en los promotores de esa política de acuerdos sociales y tecnológicos con visos emancipatorios. La línea maestra de acuerdos sobre el gas o sobre ciertos aspectos macroeconómicos compartidos no puede quedar ensombrecida por la rebaba de acciones laterales dudosas. Es un conocido error de un deficiente objetivismo político, trabajar como militantes para liberar las “macroestructuras” sin construir procedimientos que reporten a la invención de rigurosos estilos de austeridad, de reflexión penetrante y sobrio carisma republicano. Es éste un tema para un latinoamericanismo avanzado que genere vocaciones políticas temperadas en nuevos ascetismos patrióticos.
Pero en algunas franjas nocturnas de la televisión, ante ciertos programas políticos, se los ve inermes a los gobiernos que actúan dentro de grandes legados populares. Los televisivos argumentos vehementes, que promueven a sus anchas infinitas acciones judiciales de denuncia, se basan también en la historia de notorios desfallecimientos de la vida pública, muchos reales, otros exagerados o improbables. ¿Se han puesto de acuerdo los que coordinan programas políticos con sus ácidos análisis? Claro que no. 



La televisión obedece a su determinismo lineal; condena la crispación pero la desea. Recorta hechos y evita considerar los grandes panoramas históricos. No es lo suyo. Pero las políticas puestas en el banquillo de los acusados son asimismo la herencia liviana del viejo Estado-Nación, demasiadas veces tan crispadas como irresolutas frente a sus propios compromisos históricos.
Por eso las cosas no son tan simples. Un rápido estilo de drama judicial embarga la locuacidad televisiva. Su género principal es la vocación de enjuiciamiento expeditivo, que incluso se percibe en los programas de entretenimiento, complemento del sistemático escudriñamiento del desempeño de la clase política, sometiéndola en el juego de las pasiones visuales. Se redondea así un acecho sobre las imprecisas instituciones popular-nacionales y sus proyectos vacilantes. ¿No se ven los dilemas claramente? ¿Qué es Uruguay frente a Botnia, Brasil frente al etanol, Argentina frente a coaliciones financieras con sedes imprecisas en algún islote caribeño de nombre exótico?

Por encima de este drama, la fiscalía mediática sabe que si nadie ha visto, hay necesidad de ver. Entonces, veremos reconstrucciones televisivas de los hechos. Se muestran manos que se van pasando fajos de dólares, siluetas penumbrosas que cargan valijas, todo ello enfocado en primer plano. Ilustraciones prácticas, a la manera de una infografía viva; registro ficcional de lo que probablemente ha pasado, civilización de las imágenes que expandirá estos materiales vicarios, entregándonos una falacia simétrica a la verificable realidad de una inconcebible dimisión intelectual y moral en los movimientos populares.
¿Abandonar la crispación? No es necesario. Los movimientos social-populares precisan con urgencia un nervio intelectual renovado que los reconduzcan a una ética de autorreflexión. Deben indagarse a sí mismos para expulsar de sus propios compromisos las fáciles inconsecuencias que les impide decir completamente lo que deben decir al ocupar el terreno que hoy poseen. Por lo demás, apoyarlos es comprender su difícil encrucijada sin disimular sus aflictivos errores.

No se trata de una comprensión indulgente ni de un apoyo profesional. Sino de un comprender precavido y no resignado con las fallas que se evidencian. Los zigzagueantes movimientos populares latinoamericanos están encerrados entre crudas retóricas de enjuiciamiento clasista que se les dirige so capa republicana, y el movimiento ascendente de nuevas derechas regionales, con citas de Hannah Arendt pero con una avidez de desquite contra los intrusos. 

Los grandes públicos amedrentados podrían acordar, ahora sí, con el fin de toda crispación: decretarían verdaderamente la muerte de la historia. 
No hay que permitirlo.

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