miércoles, agosto 22, 2012

Marcelo Colussi: Del Peronismo al Chavismo II - Marcelo Colussi: Péronisme à Chavismo II


 Segunda parte y final

IV

Si bien los momentos históricos del peronismo y del chavismo son distintos, hay muchos factores comunes que pueden permitir vincularlos. En ambos casos todo el proceso político-social-cultural en juego se vertebra en torno a la figura exclusiva del conductor. Sin caer en la simplificada y maniquea visión de la derecha que ve en ellos “ autócratas peligrosos ” , lo cierto es que esa estructura denota, básicamente, una debilidad estructural. Un proceso político de transformación profunda no puede asentar sólo en las espaldas de un líder. Eso no es revolución popular. Un líder puede ser importante, imprescindible incluso; en muchos casos la posibilidad de un proceso masivo asienta en la presencia de un conductor que puede llevar la dirección correcta. Ese es un proceso que hay que entender, inclusive, en clave de Psicología Social. Pero la edificación política de una nueva sociedad derrumbando viejos esquemas muestra sus límites cuando todo depende de una única cabeza. Eso es lo más contrario a la idea de revolución socialista. Un genuino pensamiento revolucionario no puede aceptar la idolatría de un mito, el culto a la personalidad. Y, aunque no lo vayan a aceptar nunca sus seguidores, eso es lo que ha sucedido tanto en Argentina como en Venezuela. Es más: en la Venezuela actual con una elección presidencial a la vuelta de la esquina, podría parecer inadecuado decir esto justo en este momento. Pero ¿y la autocrítica? ¿Debemos seguir dejando las cosas importantes en nombre de las urgencias?

La izquierda argentina no estuvo con el peronismo en el momento de su explosión popular en la década del 40-50 del siglo pasado. Por eso mismo fue considerada – al menos desde las filas peronistas – como “ antipopular, reaccionaria, gorila ” . Esto no quita, por supuesto, el análisis crítico del papel que jugó esa izquierda, que no fue el de promover el avance popular precisamente; en Argentina la izquierda no apoyó nunca al peronismo. Algo distinto sucede en la Venezuela actual: la izquierda, en términos generales, apoyó el surgimiento del movimiento bolivariano y se ha sumado al proceso. Pero, al igual que lo sucedido en la historia del peronismo, al surgir voces críticas al chavismo provenientes de genuinos planteamientos de izquierda, se corre el riesgo de ser consideradas – desde el chavismo, claro está – como reaccionarias y haciendo el juego a la derecha. Y ahí radica un problema mayúsculo. La fuerza pasional de estos movimientos es tan grande que divide las aguas irremediablemente en “ seguidores ” y “ enemigos ” . La construcción de alternativas a los modelos sociales vigentes es algo infinitamente más compleja que “ amor ” u “ odio ” por el líder. Pero en esas dicotomías sin salida cayeron ambos movimientos: “ o   están   conmigo   o   están   con   el   imperio ” , llegó a decir Chávez. Eso puede ser tan cuestionable (¿peligroso?) como aquel “ ¡Viva   el   cáncer! ” pintado con odio visceral en alguna pared de Buenos Aires cuando la enfermedad mortal de Eva Duarte.
Sin dudas la movilización masiva de tantas voluntades es algo que inquieta a la derecha, a las posiciones conservadoras, a todo aquel que teme a los pueblos en movimiento. Por eso ambos procesos despertaron inmediatamente grandes temores en las clases dirigentes. Si bien ninguno de ambos – más allá de declaraciones más pirotécnicas que reales: “ socialismo nacional ” pudo llegar a decir el peronismo, “ socialismo del siglo XXI ” el chavismo – se planteó como verdadero proceso de transformación radical del modelo social vigente, los dos fueron vistos como potenciales enemigos de clase para los sectores dominantes. Lo curioso es que en los dos se dieron procesos ambiguos, confusos, “ perversos ” si se lo quiere ver de otro modo (luz de giro para un lado doblando en realidad hacia el otro): con discursos que llaman a la movilización popular, permitieron al mismo tiempo la continuidad del sistema capitalista, y más aún, el surgimiento de empresariados afines: burguesía nacional industrial en Argentina, empresas bolivarianas en Venezuela. Pero más allá de retruécanos y crípticos juegos de palabra, el capitalismo es capitalismo, no importa de qué siglo, y es siempre capitalismo, no importa si “ serio ” o poco serio. La explotación del trabajo de los verdaderos productores de riqueza, los trabajadores, siguió inalterable.

Buenos, regulares o malos programas de asistencia social pueden ser útiles en algún momento, pero no cambian la situación de base. Y si bien para posiciones conservadoras ver las plazas llena de “ cabecitas negras ” o “ tierrúos ” felices y contentos por ser tenidos en cuenta puede producir escozor, lo que cuenta en términos políticos finalmente es el lugar real de esas masas en la estructura socioeconómica. Una cosa es la plaza llena de gente vitoreando al líder (que es lo que pasó en ambos movimientos); otra es el control obrero y campesino de la producción, las asambleas de base, las milicias populares armadas.

V

Ambos procesos, en su momento, significaron grandes posibilidades para iniciar procesos profundos de cambio social. El peronismo, sin dudas, transformó la historia de Argentina. Pero al día de hoy, muchas décadas después de esa explosión popular que barrió la sociedad argentina a mediados del siglo XX, su influencia como fermento transformador es absolutamente inexistente. Se podría preguntar si se perdió una gran oportunidad histórica para cambiar el país y caminar hacia una sociedad más justa. La respuesta no es fácil; en realidad, el movimiento justicialista daba para todo: para desarrollar un empresariado nacional con aspiraciones de potencia regional (Argentina, por décadas, jugó el papel de potencia en Latinoamérica, con una considerable producción industrial), para cobijar grupos pro nazis visceralmente anticomunistas, para alzar planteos de tinte socializante y antiimperialista, para desplegar negocios mafiosos a la sombra de la estructura estatal. Qué habrá tenido en su cabeza Juan Domingo Perón es difícil de decir. Y el solo hecho de plantearlo así ya marca un límite insalvable: ¿acaso todo el proceso político-social en Argentina dependía de lo que pensaba el líder? Los procesos políticos de cambio tienen que incluir a las mayorías como actor efectivo, no sólo para llenar plazas. Confiar ciegamente en un líder no es, precisamente, el fomento de la mejor ética posible.

La Argentina, años después de haberse visto dividida tajantemente entre peronistas y antiperonistas, retrocedió en términos socioeconómicos. De ser la primera economía regional con una producción que representaba el 50% del producto interno bruto de Latinoamérica para la década de los 60 del pasado siglo, hoy es la cuarta economía, viviendo un proceso de pauperización que no para, habiendo perdido la gran mayoría de los logros sociales obtenidos en años de lucha. Y lo más dramático: mucho de ese retroceso se hizo también en el marco de administraciones peronistas. Decir que “ eso no era peronismo ” es, también, un juego de palabras. ¿Qué fue (o es) el peronismo entonces? El paso a la revolución socialista, al poder popular, a la sustantiva mejora de las condiciones de vida de la población, parece que no. ¿Un partido más que entra en el juego de la democracia representativa? Quizá eso, y no más. Hoy, en el contexto actual de descenso de las luchas populares, de pavorosa presencia neoliberal y achicamiento de los Estados nacionales, podría llegar a decirse que es … “ ¿lo menos malo? ” .

Difícil precisar qué es lo “ menos malo ” , pero si así fuera (cosa que no aseguramos, por supuesto, y que nos llevaría por otros derroteros igualmente complejos, o quizá más complejos aún), eso no hace más que marcar el retroceso fenomenal que ha tenido el campo popular. ¿Apoyar lo menos malo? Triste, patético, bochornoso. ¿Ese podría ser acaso el programa de acción de un auténtico planteamiento socialista de transformación social? Por supuesto que no.

¿Qué es – y qué podrá terminar siendo – el chavismo? ¿También lo “ menos malo ” dentro del panorama político de Venezuela? Una vez más: ¡terrible, patético! ¿Cultura de la resignación entonces?

Definitivamente las ideas de cambio social por vía revolucionaria, con el pueblo en la calle movilizado – caso Rusia, China, Cuba o Nicaragua en sus respectivos momentos – hoy parecieran haber salido de escena. A nadie se le ocurre plantearlas. Es más: parecen rémoras de un pasado remoto, lejano, ido para no volver. En todo caso, las izquierdas – en muy buena medida al menos – están dedicadas hoy a las prácticas electorales. Sin quitarles a esa instancia su relativa importancia como un posible frente más de lucha, todo indica que la vía electoral dentro de los estrechos marcos de las democracias formales no lleva muy lejos. Experiencias al respecto sobran. ¿Pretenderá la Revolución Bolivariana cambiar las estructuras de base de esa manera? Si la apuesta es sí, parece que las cosas no van muy viento en popa, pues se pueden ganar elecciones, pero dentro de esos marcos hay límites insalvables para construir alternativas novedosas. “ Es   una   locura   hacer la misma cosa una y otra vez esperando obtener diferentes resultados”, nos enseñó Einstein. Por cierto: no se equivocaba.

En el momento político actual, a muy pocos meses de las elecciones, levantar críticas en relación al proceso venezolano podría entenderse como peligroso, no pertinente. Más aún, no faltará quien diga que eso es “antirrevolucionario, hacerle el juego a la derecha y al imperialismo”. ¡Una traición a la causa! en definitiva. Sería, según cierto criterio al menos, “darle servida a la derecha una posible derrota”. Sin embargo, valen aquí más que nunca las palabras de una genuina revolucionaria como Rosa Luxemburgo cuando decía que una revolución es como una locomotora cuesta arriba: mientras el motor siga funcionando, aunque sea con esfuerzo, avanza. Pero en el momento en que el motor se detiene, irremediablemente comienza a descender. Y la única posibilidad real de seguir construyendo alternativas en un proceso revolucionario es siendo autocrítico, avanzando hacia adelante. El “¡Ordene mi comandante!” no puede servir para esto.

Es probable que el chavismo (que no es lo mismo que la revolución socialista) vuelva a triunfar en octubre. Todo indica que, de hacerlo, se seguirá manteniendo el histórico 60% de adeptos contra el 40% de antichavistas. Saludamos ese posible triunfo, y eso sin dudas mantiene la posibilidad de seguir haciendo avanzar la locomotora. Pero viendo que ese avance es demasiado lento, que no llega nunca, que llega muy mediatizado, con tremendos problemas –no sólo por los ataques reales de una derecha conservadora y profundamente antipopular–, que a 14 años de iniciado el proceso hacia el socialismo no se pasa de declamaciones, en tanto el gran capital sigue haciendo felizmente sus negocios, se hace necesaria una genuina visión autocrítica. ¿Todo depende sólo del ataque del imperialismo?
La Revolución Bolivariana aún puede ser una esperanza para el campo popular, para los venezolanos por supuesto, y para todos los que quieran/puedan mirar ahí un ejemplo a seguir. Por eso mismo, para rescatar ese espíritu revolucionario que por allí aún puede andar, es necesario no dejar de mirarse en el espejo del peronismo argentino. ¿Para dónde va la revolución en Venezuela: para el poder popular o para las maletas cargadas de dólares pasadas de contrabando? ¿Para dónde camina el proceso: hacia la profundización de ideales socialistas –que no tienen calificativo de siglo: XIX, XX o XXI, no importa– o hacia un “capitalismo serio”? (empresas bolivarianas, boliburguesía). ¿Es realmente esperanzador aceptar la postura de “lo menos malo”? Pensar que los líderes (Perón o Chávez) son los super héroes infalibles y los atrasos en la construcción del paraíso se deben a sus entornos obstaculizantes, corruptos y malignos es, cuanto menos, ingenuo.

Si es cierto que la historia debe servir para aprender de ella y no repetir errores, sería muy pertinente mirarse en el espejo del peronismo argentino: mirar la movilización popular que rescató a Juan Domingo Perón en aquel heroico octubre de 1945, similar al ferviente abril de 2002 en Caracas y la movilización que evitó el golpe de Estado, pero no en los políticos “profesionales” que hicieron una acto de fe aquello de “de la casa al trabajo y del trabajo a su casa”. Si el peronismo tuvo algo de revolucionario, fue por el llamado a la movilización de los “descamisados”, por los “cabecitas negras” tomándose las plazas, así como en Venezuela el chavismo significa que el país “ahora es de todos”, por lo que las fuerzas conservadoras tiemblan, porque con eso huelen revolución. Pero cuidado: el peronismo pudo terminar avalando el “capitalismo serio”. ¿En eso terminarán las “empresas bolivarianas”? No dejemos nunca de tener presente el relato con el que empezó este escrito: ¿para dónde ponemos la luz de giro y para dónde giramos realmente?

Rebelión

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