Mientras la fractura europea amenaza la estabilidad de la economía mundial y le impone un techo sumamente bajo a su recuperación, en México se nubla la posibilidad de contar con el contexto político mínimo necesario para responder con eficacia y oportunidad al remezón financiero que se asoma. Los leves indicios de crecimiento o los éxitos de la industria automotriz y de autopartes que soplaban algún optimismo la semana pasada se difuminan por la recaída estadunidense, cuyo consumo se estanca y su empleo se contrae.
Seguir la suerte del principal, celebrada como mantra hace unos días por el inefable equipo económico de Calderón, podría probarse más bien como la ruta más directa a una nueva recaída dentro del estancamiento estabilizador que se nos ha impuesto como maná por la vulgata conservadora. Y todo con cargo al gobierno que habrá de formarse en los próximos meses: todo para el ganador, podría cantar don Felipe.
Contrario a lo que en otro momento podría pensarse, no es buena noticia que los empresarios de la cúpula –varios de ellos precisamente eso: empresarios de los empresarios– se apresten a platicar en lo oscurito con el supuesto victorioso para apurar las reformas que tanto necesitamos. Mucho menos si, como lo denunciaron la UNT y el dirigente de los mineros el jueves pasado, se trata de coronar el triunfo electoral con un fast track en materia laboral destinado a abaratar el despido y a convertir la contratación en un peculiar bien público, de uso exclusivo de los patrones.
Éstas son, sin embargo, las coordenadas que parece querer trazar el gran dinero al nuevo gobierno, sin que medien en su entusiasmo cabildero consideraciones elementales sobre la gravedad de la situación política nacional que la elección y sus formas extremas trajeron a la superficie.
Más allá de la desesperación que los inundó en mayo, cuando comenzó a verse que la mayoría podría no serlo y desde luego no como la querían, el frenesí comprador de votos a que se dieron los priístas recoge circunstancias de desastre en el nivel de vida de grandes capas de mexicanos: el voto verde, de triste recuerdo pero de feliz presente en los territorios chiapanecos, se ha trocado en uno de penuria o de hambre tal cual, que puede dar mayorías pero que sobre todo avisa que algo anda mal, muy mal, en el nuevo México de los urbanos con sus clases medias acorraladas por la incertidumbre no sólo política, sino económica y social.
Para que se compren votos tiene que haber quien los venda: verdad cruda que revela no los rasgos milenarios de una cultura tributaria, sino los del empobrecimiento masivo que se ha empeñado en acompañar los triunfos de una modernidad de escaparate que a pocos conmueve hoy, cuando sus limitaciones y elevados costos se nos vienen encima.
Es esta, una razón adicional para caminar y pronto hacia un pacto social redistributivo, democrático y no corporativo, como el sugerido este jueves por los sindicalistas de la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) (La Jornada, 2/8/12, pág.13).
Esta necesidad de acuerdos mayores fue tímidamente adelantada en la campaña por una izquierda en busca de un perfil ecuménico que no acabó de cuajar, pero que tendrá que hacerlo si quiere dar a su votación una perspectiva victoriosa y de gobierno en los próximos años. Lo cortés no debería quitar lo valiente y, por eso, la cuestión social marcada por la desigualdad y la pobreza requiere mantener su primacía…por el bien de todos.
Mientras tanto, que no hemos encontrado la forma de lidiar con la triada ponzoñosa dinero-política-medios de información, debía ser claro a estas alturas, pero no lo es. Que no será fácil encararlo, debía ser más que evidente, pero tampoco lo es: de aquí la necesidad vital de que el tribunal haga su mejor esfuerzo para, por lo menos, abrir camino en esta manigua traicionera.
Que los partidos no estuvieron a la altura del despertar cívico de estos meses, debía ser ya verdad canónica de cualquier reforma política futura, pero no lo es, porque los dirigentes están de vacaciones o ensimismados en los nombramientos y el relleno de vacantes en sus estructuras.
Lo que se tiene por delante es una reforma política de gran calado, que asuma el severo déficit de representatividad que acusa el sistema político en su conjunto y que la premura por llegar a una ilusoria normalidad no hará sino profundizar.
Lo social, calificado por la pobreza masiva pero también por el despertar ciudadano condensado por los universitarios, no encontrará cauce constructivo en una dimensión política cuyo vaciamiento llega hasta el corazón mismo del Estado. Por eso la importancia y la centralidad que su reforma debe adquirir en lo inmediato.
La vuelta a la normalidad en estas condiciones no puede sino llevarnos a la peor de las mitologías.
Y ahora, por si nos faltara, nos despertamos con la irresponsabilidad, ¿gozosa?, de una empresa grande y exitosa como Soriana que lanza acusaciones temerarias contra la izquierda y enrarece el ambiente enrarecido, aupada por la precipitación priísta que engola la voz pero no esconde su vocación de ministerio público.
¿Begins the begin? ¿O venga jaleo jaleo? Vaya triste dilema.
Rolando Cordera Campos