Evita, la primera gran
mujer
del movimiento
Cuando pensamos en Evita,
generalmente traemos a la memoria a la mujer de la estampa, como también nos
ocurre con esas imágenes míticas del Che Guevara. Recordamos a esa mujer
combatiente, aguerrida, con sus discursos y su fuerza; esa mujer que entregó su
vida por los humildes; esa mujer esencial en el proceso de transformación que
encabezó junto con Perón.
La característica más
verdadera de los héroes es que son seres humanos. A veces, se intenta
transformarlos en bronces, en remeras o, en el mejor de los casos, en cuadros,
murales, películas, obras de teatro. Pero sus vidas y sus obras son mucho más:
congelarlos en bronce o en tela no debe hacernos olvidar su naturaleza, su
carnadura humana. Eva es una heroína, pero, además, es un mito argentino y
universal, un ícono que expresa a una mujer argentina que luchó por la justicia
social, la independencia económica y la soberanía política, en particular, de
las mujeres. En esta materia fue una pionera, no sólo en la Argentina, sino
también globalmente. Esta característica de Eva fue recogida y reconocida de
distintas maneras, tanto buenas como malas.
Por eso, cuando escribía
la novela Juan y Eva pensaba en esta dimensión profundamente humana que debía
resaltar sobre el resto. De ahí el título: dos nombres propios, tan comunes,
dos personas, en definitiva, de carne y hueso. La vida de Eva fue breve –nació
en 1919 y murió en 1952–, pero su paso como protagonista de la Historia fue aún
más corto. Entró en escena en 1944, y murió siete años y medio después. Siete
años y medio que le bastaron para partir en dos al siglo XX. Es curioso, porque
cuando uno analiza la vida de San Martín, tampoco estuvo demasiado tiempo en la
Argentina, lo que me lleva a pensar que, a veces, no se trata de tiempo, sino
de intensidad (a Néstor, por esas curiosidades de la historia, también le tomó
siete años y medio quedar en los corazones del pueblo para siempre). No debemos
creer que existe una raza de hombres y otra de héroes: son los mismos hombres,
la misma raza, que, bajo el destino, la voluntad y las causas misteriosas de la
historia, terminan transformándose en algo que no imaginaron ser. Por eso, en
este aniversario, no creo que esté de más relatar una serie de anécdotas para
acercarnos a la humanidad de Evita.
En esa metamorfosis, la
encontramos en el año 1944 trabajando en la radio, no como actriz novata que
buscaba triunfar, sino que ya había sido partícipe central de la organización
de un gremio: la Asociación Radial Argentina. Por aquel entonces, existían unas
seis emisoras importantes, y la radio ocupaba un lugar fundamental en los
hogares. En ese momento, Eva, una joven de 24 años de edad, conducía un
radioteatro en Radio Belgrano. Al revisar la grilla de 1944 se encuentra que, a
las once de la noche, se emitía su programa, identificado como Compañía Eva
Duarte. Ya era una estrella: la llamaban “la señorita radio”. Eva había llegado
allí por distintas circunstancias.
Con una enorme vocación
artística, había viajado a Buenos Aires cuando era jovencísima, transitando un
camino de hambre y padecimiento, acompañada por su familia. Tenía talento, su
voz era potente, poderosa. Había participado, con papeles de reparto, en
algunas películas, pero ninguna de real importancia; también, en obras de
teatro, hasta que se encontró con la radio. El terremoto de San Juan generó un
primer movimiento del destino. Por entonces, Perón era secretario de Trabajo y
Previsión, además del hombre fuerte del golpe militar de 1943 y líder del GOU.
El presidente argentino era Ramírez, pero Perón “movía los hilos”. Por lo
tanto, se hizo cargo de la emergencia que provocó el terremoto y convocó al
conjunto de la sociedad a movilizarse. Más adelante, Perón la visitó en Radio
Belgrano. Actores y actrices se pusieron a disposición, y Evita, con su
iniciativa, se hizo ver. Algunos testigos sostienen que Perón no le quitaba los
ojos de encima. Volvieron a encontrarse en el Luna Park. Evita quería acercarse
a él, pero tuvo que esperar a que se cantara el Himno y se retirase el
presidente Ramírez. Entonces, se sentó junto a él, y dicen que, desde ese
momento, nunca más se separaron. A partir de ese episodio, comenzó lo que en mi
libro llamé “el amor”, una etapa misteriosa, privada, íntima.
De esa época se cuentan
algunas travesuras; por ejemplo, que Perón llevaba a Eva a Campo de Mayo, donde
estaba su casa, ya que había sido nombrado ministro de Guerra. Para que no lo
vieran entrar con ella –estaba mal visto que un viudo saliera con una mujer
mucho menor y, en este caso, actriz–, Eva se escondía en el asiento trasero.
Como cualquier militar
activo de aquella época, Perón se reunía con sus compañeros. El país estaba en
ebullición, de modo que, en esas reuniones, mientras fumaban o tomaban,
discutían. Lo que ocurrió allí es algo sumamente curioso y atípico: Perón
dejaba que Evita se quedara en esas discusiones. En general, los hombres
mandaban a la mujer al dormitorio, de compras, a la cocina, o a cualquier lado
que no fuera el lugar donde ellos debatían sobre política. ¿Qué ocurrió para
que el hombre que se propuso cambiar la Argentina se enamorara de “la señorita
radio”? No es posible separar el amor de Perón y Eva del proceso revolucionario
que se construyó en paralelo.
A tal punto, que podría
pensarse que fue necesario hacer una revolución para que ese amor fuera
posible, invirtiendo la lógica del cientificismo histórico. Porque hasta los
aliados de Perón sentían intriga al ver a ese hombre serio, un dirigente de la
revolución, con una actriz, una señorita de “vida libre”.
Muchos de estos
comentarios malintencionados provenían de las indignadas esposas de los
militares (así como hoy, muchas mujeres se enojan ante las virtudes de la
Presidenta).Es notable cómo el punto nodal del conflicto reúne la historia de
grandes fuerzas sociales con las cuestiones humanas que expresan. Perón se negó
a renunciar a Eva frente a los propios militares conservadores que le pedían su
cabeza. Muy por el contrario, la escuchó y la integró a su vida cotidiana, y
entonces, llegó el golpe. Fue depuesto de sus cargos de vicepresidente,
ministro de Guerra y secretario de Trabajo y Previsión, y al poco tiempo, fue
llevado detenido a la Isla Martín García. Bastante se ha discutido acerca de
cuánta importancia tuvo Evita en el 17 de octubre. En mi opinión, mucha, porque
el 17 de octubre no se gestó de un día a otro, sino que fue construyéndose en
ese recorrido de 1944 a 1945. La preocupación de Evita era recuperar a Perón
con vida. Entonces, se comunicó con los sindicatos, habló con los militares y
con los amigos de Perón, lo que generó un gran mecanismo. No hay una Evita
golpeando puertas de fábricas, pero sí hay una Evita activa, desesperada.
Evita se reencontró con
Perón, finalmente, la noche del 17 de octubre, y a partir de entonces, pusieron
en marcha los diez años de mayor justicia conocida hasta ese momento.
Esa misma justicia que,
en estos años, buscamos recuperar.
Por Jorge Coscia Secretario de Cultura de la
Nación
Fuente:
miradasalsur.com