miércoles, julio 18, 2012

Historia Nac&Pop: Hernán Brienza: Dorrego y la tradición - Nac&Pop Histoire: Hernán Brienza: Dorrego et la tradition

¿Dónde encaja Manuel Dorrego? Sencillamente, no encaja, esa es la razón por la que fue condenado.

LA TRADICION PERDIDA DE DORREGO

por Hernán Brienza           Parte I

En un programa de radio, un conductor, hablando sobre mi libro Maldito tú eres, me preguntó sobre el momento en que comenzó la violencia política en la Argentina. 

El periodista sostenía, no sin cierta malicia, que todo se había iniciado con el secuestro y posterior asesinato del general Pedro Eugenio Aramburu. 

Obviamente, respondí que el crimen del Aramburu estaba enmarcado en lo que era una dictadura y propuse cambiar la fecha de comienzo de las agresiones a junio de 1955 y julio de 1956, años respectivos del bombardeo a la Plaza de Mayo que dejó centenares de víctimas y el fusilamiento de Juan José Valle y otras 27 personas, entre civiles y militares.  
De inmediato, comenzó un juego del Gran Bonete, en el cual él argumentó que el golpe de Estado estaba justificado porque se trataba de un régimen autoritario y yo justifiqué esas restricciones democráticas respecto del fraude patriótico de la década infame y ambos estuvimos casi de acuerdo en consensuar que el mal del siglo xx tiene una fecha exacta, el 6 de septiembre de 1930, día en que el general José Félix Uriburu derrocó el gobierno de Hipólito Yrigoyen. 

Pero el juego continuó y se habló de las represiones a las huelgas en la Patagonia, de la Semana Trágica, de la Revolución del 90 y la de 1905, de los crímenes de la organización nacional contra el “Chacho” Peñaloza, del crimen de Urquiza, del golpe de Caseros, de la Mazorca rosista y de los años de “tiranía” federal y por último llegamos al 13 de diciembre de 1828, día en que fue fusilado Manuel Dorrego.

Para ser groseros cerramos el litigio con un: “En esa fecha comienza la larga guerra civil que divide a los argentinos”.
El libro, “El Loco Dorrego”, entonces, es una continuación de mi preocupación permanente por desentrañar las razones de la violencia que sacudió a mí país en la década de 1970.

La idea de la Argentina quebrada en dos fue bien formulada por Nicolas Shumway, que en su esquemático libro Epílogo La invención de la Argentina concluye con una profecía poco feliz: “La Argentina es una casa dividida contra sí misma y lo ha sido al menos desde que Moreno se enfrentó a Saavedra. En el mejor de los casos, las divisiones llevan a un impasse letárgico en la que nadie sufre demasiado; en el peor, la rivalidad, las sospechas y los odios de un grupo por el otro, cada uno con su idea distinta de la historia, la identidad y el destino, llevan a baños de sangre como las guerras civiles del siglo pasado o a la guerra sucia de fines de la década de 1970”.

Volver a Dorrego, entonces, es regresar a un punto nodal de la historia, para hender y desmenuzar los conflictos que se agitan dentro de sus vísceras.  
Las páginas de mi libro hablaron, a través de la vida de un hombre, del gran desencuentro de los argentinos.

Pero ¿por qué Dorrego? No solo porque es el primer crimen político luego de la furia revolucionaria que acabó con Santiago de Liniers y con Martín de Álzaga y de los procesos judiciales que concluyeron en la pena de muerte –como en el caso de la anarquía del año 1820–; sino por las cualidades de Dorrego y por las circunstancias que rodean su asesinato.

El 13 de diciembre de 1828 mueren definitivamente los principios que sostuvieron algunos de los hombres más esclarecidos de Mayo de 1810 y el golpe decembrino no es otra cosa que una matriz de los posteriores golpes de Estado que sacudieron al siglo xx. Dorrego, como dice José Ingenieros en La evolución de las ideas argentinas fue “un ariete demoledor –contra el unitarismo que era considerado un monarquismo centralista–; aumentaron su eficacia las vinculaciones sociales y políticas que tanto pesaban en el espíritu de la oligarquía porteña, y, seguramente, su limpieza moral, su ilustración.

El Loco Dorrego, su audacia y la firmeza inquebrantable en los ideales con que impendió su vida.
Este hombre jacobino y liberalísimo se complicó en los manejos de los conservadores y contribuyó a preparar la tiranía de Rosas, sin prever las consecuencias ni sospechar que su nombre se convertiría en bandera del partido que cimentó la dictadura”.
Como no podría ser de otra manera, Ingenieros está claramente influenciado por su concepción dualista de la historia argentina a la que divide en la dialéctica revolución- reacción y para él Rivadavia y Dorrego, aunque enemigos irreconciliables, son hombres del progresismo, mientras el Congreso de Tucumán y el federalismo de Rosas significan la restauración de la sociedad conservadora, es decir, monárquica.

Pero hay dos palabras felices en la prosa de Ingenieros: “jacobino y liberalísimo”. 
Dorrego, sin dudas, es el mejor continuador en el poder de Mariano Moreno y de Bernardo de Monteagudo, los dos diamantes jacobinos de la Revolución de Mayo y los dos hombres con mayor visión y proyección política que tuvo aquella época.

La historia argentina está trazada –obviamente, se trata de operaciones ideológicas posteriores– por encadenamientos  políticoculturales que, como con perfidia la definieron Agüero y luego Sarmiento, se puede dividir en “civilización y barbarie”, en “ilustración y salvajismo” o en términos menos pasionales y menos manipuladores en una línea liberal –la denominada por Arturo Jauretche “Mayo-Caseros”– y la línea nacional y popular.
Adalides de la primera concepción son Bernardino Rivadavia, Bartolomé Mitre, Domingo Sarmiento, el roquismo, la autodenominada “Revolución Libertadora” e importantes sectores del Onganiato (dictadura de Juan Carlos Onganía), del Proceso de Reorganización Nacional –nunca mejor pensado, en término ideológicos, el nombre que se dieron a sí mismos los líderes de la última dictadura militar– y del gobierno de Carlos Menem, sobre todo en los tres casos últimos, los integrados por los equipos económicos e intelectuales orgánicos de esos procesos. 

Los paladines que integran la línea nacional, como se sabe, son José de San Martín, Juan Manuel de Rosas, Hipólito Yrigoyen y Juan Domingo Perón.

En una versión esquemática y un poco naif la línea Mayo-Caseros se ve a sí misma como precursora de la civilización y del orden, del progreso económico y de las libertades del hombre occidental; y la nacional y popular, defensora de los intereses económicos de la Nación y de los sectores populares. 
Las acusaciones cruzadas señalan que los primeros son golpistas, tiranos, extranjerizantes y entregadores de las riquezas al extranjero y que los segundos son bárbaros, refractarios, demagógicos y dictatoriales.  
Y algo de razón tienen todos, como no podría ser de otra manera. Pero ¿dónde encaja Manuel Dorrego? Sencillamente, no encaja.

Y es esa la razón por la que fue condenado al olvido histórico.  
Los liberales no pueden recuperar para su panteón un hombre al que asesinaron sin más.
Entonces, deciden callar o intentar justificar las acciones de Lavalle echando tierra sobre Dorrego –tachándolo de “loco”o “conspirador”– o, como señala José Pablo Feinmann en su esclarecedor libro La sangre derramada, construir la figura de“Lavalle-víctima”. 
Resulta interesante la operación política develada por Feinmann: “En el fusilamiento de Dorrego se ha insistido en ver a dos víctimas: al fusilado y al fusilador. Dorrego muere y es la gran víctima del federalismo. Lavalle no muere pero permanece hundido en una desdicha que –con frecuencia– pareciera ser mayor que la de Dorrego: es la desdicha que genera la culpa. Lavalle ha sido la principal víctima de su temperamento, de su pasión incontrolada, de los malos consejos de sus consejeros. 
Esta imagen de Lavalle-víctima, del Lavalle tragedia ha sido desarrollada por el referente masculino de la Nación, Ernesto Sábato, en una trama lateral de su novela Sobre héroes y tumbas. 

Convocó con su infalible efectividad, la adhesión, la emoción y el deslumbramiento de los sectores culturales medios argentinos. 


Sigue en Parte II


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