El pago de los Boden: a desendeudar. Los debates sobre el canje y el pago
al FMI. Aumento en las jubilaciones y universalización. Lo que se avanzó.
Comparaciones necesarias, dos pasados donde mirarse. Desafíos futuros. Y varias
cuestiones más.
La mirada retrospectiva,
esta nota lo dirá, no explica todo, pero es ineludible. La Presidenta anunció
la cancelación de los Boden 2012 y el aumento semestral de las jubilaciones en
la Bolsa de Comercio, un templo de la timba financiera y la especulación, con
perdón de los templos. Hace algo más de once años, en marzo de 2001, Ricardo
López Murphy, ministro de Economía de la Alianza, lanzaba allí su programa
económico. La concurrencia, flor y nata del establishment económico, lo
aplaudía a rabiar. Varios integrantes del gabinete de Fernando de la Rúa se
anoticiaron de la primicia por tevé, dos ministros radicales tuvieron la
dignidad de renunciar: Federico Storani y Hugo Juri. López Murphy duró lo que
un lirio neocon, tras atravesar días de ensueño. Como es simpático revisar el
archivo, este cronista recuerda lo que narró de su jura, pocos días antes, en
el salón Blanco: “Haciendo abstracción de las mínimas presencias de algunos radicales
y un puñado de frepasistas y de la dinámica presencia de fotógrafos y
movileros, la concurrencia recordaba casi afrentosamente la jura de un ministro
de la dictadura militar. Eran el cuerpo del verdadero poder, el que atraviesa
gobiernos de civiles y de uniformados, no el de una efímera Alianza pactada
entre políticos –esos sofistas que no terminan de creer en el Dios Mercado– en
franco tren de licuación”. La política democrática –se resaltaba en tiempo real
y se insiste ahora– estaba en plena licuación tanto como el patrimonio
nacional, en el altar de los mercados. LM cayó, nada mejoró porque lo reemplazó
Domingo Cavallo... El resto de ese tramo histórico está más fresco.
De ese abismo venimos y
siempre es válido evocarlo, para medir lo que se ha avanzado. No para
considerar el estadio actual como un punto de llegada, sino como estación de
tránsito. El desendeudamiento fue, desde el vamos, una premisa de los gobiernos
kirchneristas. La idea fuerza era compleja: cumplir con la continuidad del Estado,
pulseando con los acreedores y pagando. Lo buscado: ganar márgenes de
autodeterminación zafando de los condicionamientos externos. Un objetivo, pues,
mixto y reformista. En nueve años, el oficialismo mantuvo con congruencia esa
política, que redundó en un sensible achicamiento de la relación deuda-PBI,
reducida ahora a términos duros de cumplir, pero manejables. El actual gobierno
es el menos condicionado de la restauración democrática por el peso de la
deuda, por los organismos internacionales de crédito y por potencias
extranjeras. El que lo siga, del signo que fuera, encontrará la herencia menos
pesada desde el ’83. No es moco de pavo, más vale.
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La era de los embargos
virtuales: El primer canje de deuda, acometido por el presidente Néstor Kirchner,
fue acompañado de profecías aplastantes. Recorramos esa Vulgata, es
instructivo. La quita propuesta insultaba a la comunidad internacional, sería
rechazada por la gran masa de los acreedores, por lo que no conseguiría el
porcentaje mínimo para su aprobación. No sucedió, entonces los gurúes de
derecha anunciaron una batida de embargos sobre bienes argentinos situados en
el extranjero: inmuebles de embajadas, fondos de los bancos públicos, los
aviones de Aerolíneas, hasta la Fragata Libertad. Los acreedores procuraron que
fueran realidad esos deseos de sus corifeos nativos, mas no tuvieron éxito.
El canje de deuda fue
descalificado como una argentinada o una compadrada K. Cuando Kirchner canceló
en su totalidad la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) esa
diatriba era imposible: Brasil había pagado casi en simultáneo. Pero sí se
vaticinó que se desfondaría la caja que trabajosamente había acumulado el Banco
Central en el mandato de Kirchner. La falta de reservas sería una herida
absurda e incurable. El transcurso del tiempo refutó esa leyenda.
En contingencias bien
diferentes, con más solidez política pero en medio de una crisis internacional
formidable, el Gobierno acude a las reservas para saldar los Boden. La cifra
gastada es relevante, en el actual contexto será más que difícil que el Central
la recupere en el corto plazo. En contrapeso, el desahogo hacia el futuro es
sensible, los próximos vencimientos son menos gravosos. En todo caso, el
oficialismo fue consistente con su praxis y por cierto debe hacerse cargo de
los riesgos. De paso, desmintió otra sanata que hizo escuela en 2009, en los
últimos meses del año pasado y en éste: no cayó en default, no alteró sus
líneas directrices.
Aunque es imposible
diseccionar en detalle el conjunto de quienes cobraron los Boden, es patente
que en su aplastante mayoría no fueron los ex ahorristas acorralados. Más de un
75 por ciento (78 por ciento, precisó la presidenta Cristina Fernández de
Kirchner) son entidades financieras extranjeras. Tal vez en su interior haya
algún inversionista argentino, diluido cual una gota de agua en un torrente.
Del resto, estiman avezados integrantes del equipo económico, alrededor de la
mitad son acreedores institucionales locales, y la otra, ahorristas
individuales. Entre ellos habrá algunas víctimas del corralito. A ojo de buen
poroto Cubero, son ultraminoritarios los sobrevivientes del corralito: otros
habrán tenido que desprenderse de los bonos antes, padeciendo una sisa
adicional.
Nada, entonces, hay para
celebrar, la Presidenta lo consignó así. Pero sí es valorable que el
desendeudamiento y la ampliación del poder político hayan sido marcas de la
etapa. Cuando juró López Murphy lo ovacionaban banqueros, consultores, popes de
las Fuerzas Armadas que le agradecían que, como ministro de Defensa, hubiera
sido un defensor cerrado de sus intereses corporativos y de las leyes de la
impunidad.
La Presidenta representa
banderas distintas y su paso por la Bolsa de Comercio tuvo otro tono, otra
concurrencia, otro discurso.
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Dos pasados, presente y
futuro: Cristina Kirchner eligió ese escenario para anticipar el anuncio del
aumento semestral de las jubilaciones que se efectivizará en septiembre. El
Gobierno no alude a la inflación, ocultación que disminuye su credibilidad y enreda
todo su discurso económico. Esa elusión debe evitarse en cualquier análisis. En
este caso, el incremento anual le gana a la inflación, medida en base a
cualquiera de los dudosos índices que pululan por ahí... incluyendo al de La
Piba, que así bautizan en despachos oficiales a la mezcolanza que mes a mes
difunden los legisladores de la oposición.
La cuasi universalización
de las jubilaciones es un logro, una reparación notable de estos años. La
protección llegó a trabajadores desamparados tras años de crisis, de evasión
patronal por mala fe o impotencia, de desempleo. Es un salto de calidad
inmenso, que será muy peliagudo conservar, algo se dirá líneas abajo.
La pirámide se agrandó,
primero que todo. Y su base se acható, primando quienes cobran la mínima o poco
más. Ahí fincan los cuestionamientos de opositores de variado pelaje. Quienes
gobernaron antes y produjeron desquicios están heridos en su legitimidad. Pero
las críticas “por izquierda” tienen su sentido, su asidero y, sobre todo,
habilitan revisiones futuras. O discusiones de mayor volumen que “¿cuánto subió
este año?”, un horizonte pertinente pero estrecho.
¿Cómo y contra qué deben
compararse los desempeños del kirchnerismo? Su punto más confortable es
competir con los antecedentes cercanos. Dista de ser falaz: lo real es una
referencia indispensable... pero no basta.
En la percepción de este
cronista, sigue siendo sugestiva la parábola de Néstor Kirchner sobre el
Infierno y el Purgatorio. Esa mirada sencilla daba cuenta del punto de partida,
de lo avanzado y de la imperfección (transicional) del presente. Un inteligente
politólogo afín al oficialismo, Nicolás Tereschuk, escribe, atendiblemente, en
el blog Artepolítica: “El kirchnerismo se fortalece cuando se presenta como
punto de partida y se debilita cuando se define como punto de llegada”.
La etapa actual es un
avance, también un tránsito. Debe pensarse en aras de un futuro mejor, lo que
no es una mera prolongación (o indexación) de lo dado. Y, en la Argentina,
también debe cotejarse con un pasado que conoció indicadores mejores que los
actuales.
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Sueño con el pasado que
añoro: Esa es una característica nacional, que nos distingue (en buena hora) de
la mayoría de los países hermanos y vecinos. Hubo estadios con mejor
distribución del ingreso, menos desigualdad, más empleo formal, más afiliación
sindical por no mentar más que algunos rubros referidos a lo laboral y social.
En el imaginario de cualquier ciudadano o colectivo hay referencias en la
memoria, nostalgias de lo que se tuvo. Una idea, pongámosle de privación,
integra el imaginario de los sectores medios y bajos. Eso inficiona a una
sociedad civil combativa y reivindicativa como pocas, que no se conforma fácil,
ni hace sólo la cuenta “¿cómo me fue entre 2003 y 2011?”. Lo tabula, claro, y
por eso vota como lo hizo, secuencialmente, en 2003, 2007 y 2011. Pero no se
apoltrona en un hipotético punto de llegada. Los protagonistas sociales “van
por más”, como pregona el kirchnerismo, aunque quizá no siempre asume que en
ese devenir interpelará y reclamará al Gobierno.
Los indicadores actuales
de empleo, equidad, vivienda, salud y educación son, en la dinámica cotidiana,
puntos de partida, estaciones del Purgatorio. Ya que en tiempo olímpico
estamos, marcas a menudo notables, que se deben superar.
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Años difíciles: Los
desvaríos cometidos, a menudo adrede, entre 1989 y 2003 son un lastre que sigue
pesando. El torrente de pleitos reclamando actualización de las jubilaciones es
un ejemplo. El Gobierno adopta un criterio dual: su retórica descalifica las
demandas que en sesgo son justas, aunque algunas sentencias arrojen cifras
exorbitantes. Despotrica contra el fallo Badaro de la Corte Suprema. Sin
embargo, integra una comisión permanente con el Supremo Tribunal para ir
adecuando políticas y pagos. Y abona una parte de las condenas, con demoras y
generando injusticias a veces irreparables pues el tiempo corre contra los
accionantes de avanzada edad. El problema no se subsana plenamente y las
demandas se incrementan año a año.
La marca del pasado es
ardua, el futuro promete retos ciclópeos. Un fenómeno mundial que atañe aun a
los sistemas jubilatorios más inclusivos del centro del mundo llega, con
matices locales, a la Argentina. La expectativa de vida aumenta y afecta las
posibilidades reales de cobertura universal o cercana.
Nuestro país, comenta el
economista José María Fanelli en el libro La Argentina y el desarrollo
económico en el siglo XXI, transcurre una etapa de “bonus demográfico”. Son
aquellas en la que la proporción de población potencialmente activa (entre 15 y
65 años) es en términos relativos más alta que en otros momentos históricos. En
sociedades envejecidas, como las europeas, la ecuación es más gravosa. Desde
luego, el tal “bonus” es un alivio, pero no la negación de la tendencia. Los
jubilados, afortunadamente, viven más años y eso fuerza a reforzar los recursos
respectivos.
Como cruel contrapeso,
hay años de desbaratamiento del patrimonio público. Las moratorias generosas
tendieron una mano a jubilados sin aportes suficientes (o sin aportes, tout
court) desde 2003. El esfuerzo fiscal fue enorme y es de rigor apuntar que la
plata la aportaron los argentinos de a pie porque los fondos públicos son, si
se permite parafrasear al viejito Marx, trabajo cristalizado. Habrá que
redoblar ese esfuerzo en los años venideros. Una mirada aproximada sobre los
trabajadores mayores de 50 años, que realizan investigadores serios y
funcionarios oficiales, sugiere que más del 25 por ciento no cuentan con
aportes suficientes para jubilarse. Muchos no cuentan con nada. La marca del
pasado deja su huella, la informalidad actual acentúa el problema.
La solidaridad
intrageneracional, cuya actual situación es un piso a defender, forzará a
fortalecer la recaudación impositiva, tanto las contribuciones jubilatorias
como impuestos de todo tipo. El oficialismo tiene razón cuando explica que es
falaz hablar de “la plata de los jubilados” como si fuera un fondo estático y
autosuficiente. El desa-fío es capitalizar nuevamente fondos para que lo conseguido
en estos años no sea ilusorio para otros trabajadores.
En una sociedad
obsesionada por polémicas coyunturales de bajo vuelo, tamaños temas deberían
ahondarse, en un marco pluralista. Personalidades con mirada progresista y
pensamiento propio, como el ex ministro radical Aldo Neri y el economista Rubén
Lovuolo (aludidos sólo como ejemplos, entre otros), deberían formar parte del
debate.
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Metas: El Gobierno se
impuso como “metas del primer semestre” amarrocar dólares y no ceder ante
presiones devaluatorias, manteniendo las riendas de la divisa verde en un
deslizamiento suave, hacia arriba. Lo consiguió, no sin incurrir en errores y
contradicciones. Entre ellos, la clásica fuga de capitales y la salida de
ahorros en dólares que resiente la prefinanciación de exportaciones y obliga a
las empresas (pymes incluidas o a la cabeza) a valerse de capital de trabajo a
esos fines.
Con todo, el resultado
complace a la Casa Rosada y zonas de influencia. Ganó las pulseadas, leídas en
promedio.
La Presidenta anunció que
está casi conseguido el superávit de la balanza comercial proyectado para todo
el año. Eso, aseguran funcionarios de postín, permitirá redinamizar la economía
real en el resto del año y aflojar un poco las restricciones a importaciones de
insumos para la industria.
Guillermo Moreno lo
expresa en primera persona del singular, su modismo verbal favorito: “Ya tengo
los dólares”. Así lo cuentan compañeros de gestión, que en cantidad creciente
están enojados o enfrentados con el Megasecretario. Las discusiones son más
frecuentes y ruidosas. Moreno replica descalificando a su manera a sus
críticos: tilda de “marxista” al viceministro de Economista, de “desarrollista”
a la presidenta del Banco Central Marcó del Pont o de “radical” a la ministra
de Industria. El canciller Héctor Timerman es otro funcionario malquistado con
Moreno por sus intrusiones sin pedir permiso en variadas áreas de gobierno. La
competencia más drástica, quizás, es con Kicillof. La Subsecretaría de
Competitividad, conducida por equipos afines al joven funcionario invade,
supone Moreno, espacios de su incumbencia. Y lo subleva la revisión crítica que
hacen en Economía de varios índices oficiales, empezando por el de Precios al
Consumidor, pero sin terminar en ese límite.
Este cuadro de situación
no abarca ni sugiere cambios de elenco, que se rumorean aquí y acullá. Nadie
conoce qué pasará en ese aspecto, que depende de la siempre reservada decisión
presidencial. En el ranking kirchnerista, a Moreno lo robustecen las movidas de
medios y empresarios opuestos al Gobierno que desean que ruede su cabeza.
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Semestre de cinco meses:
Un sabio historiador escribió que el siglo XX empezó en 1918 y terminó en 1989,
con la caída del Muro de Berlín. No es asombroso, entonces, que hoy día se hable
de un segundo semestre que arranca en agosto, una vez saldados los Boden. Un
cauto optimismo oficial observa a Brasil, a la soja, a la inyección de dinero
producto de las paritarias y del aumento de las jubilaciones, hasta a una
mejora en los datos de empleo en Estados Unidos. El mundo global es endiablado
y la interdependencia, un jeroglífico que se resignifica en cuestión de días,
cuando no de horas.
La vanguardia mediática
redobla sus apuestas, cada vez más toscas. Una fracción sensible de la oposición
política corre detrás de su agenda, táctica que le salió pésimo apenas ayer. El
Gobierno se enzarza contra ellos, a veces demasiado. Pero como es su deber y su
modo de ser, enfrenta a la realidad y en especial a los vaivenes de la
economía. Así viene siendo desde 2003. El año que corre (peculiar y duro como
pocos) no excepciona la regla.
Fuente: Diario Página 12