lunes, julio 09, 2012

Historia Nac&Pop: Día de la Independencia. Quién fue el primero en 'jugarse' con la palabra Independencia?

¿Cuándo se habló por primera vez de “Independencia” en 
las Provincias Unidas del Río de la Plata?
Palabra que, recordemos, estaba virtualmente prohibida en estos lares, por diferentes 
y discutibles motivos, indudablemente políticos.
Aquí entra en vigor una de las figuras que más admiro: BERNARDO DE MONTEAGUDO.
 
Fragmento del Libro “El Grito Sagrado”, de Mario “Pacho” O’Donnel:

MONTEAGUDO, LA EXALTACIÓN INTELECTUAL. 
El fusilamiento en Potosí de Sanz, Nieto y Córdoba, le provoca un arrebatado párrafo publicado en su Mártir o libre:
"Me he acercado con placer a los patíbulos de los arcabuceados para observar los efectos de la ira de la Patria y bendecirla por su triunfo (...) El último instante de sus agonías fue el primero en que volvieron a la vida todos los pueblos oprimidos".

El papel de Bernardo Monteagudo en dicho trágico acontecimiento no se limitó con toda seguridad a ser un especta¬dor pasivo y es de suponer en cambio que influyó decisiva mente sobre Castelli para que firmara tan drástica decisión.
Tiempo más tarde Monteagudo tuvo también activa participación en los fusilamientos de Álzaga, el héroe de las invasiones inglesas, cumpliendo con el deseo de Alvear, quien lo premió con su confianza y altas responsabilidades en su Gobierno.
Fue también el rápido juez que condenó a muerte a los hermanos Carrera, hoy héroes nacionales en Chile y entonces presos en Mendoza, acción que le mereció el generoso agradecimiento de su tocayo O'Higgins.
La sinuosa, desprejuiciada y fulgurante carrera políti¬ca de Monteagudo lo llevó a ser el favorito de San Martín y luego del renunciamiento de Guayaquil también de Bolívar, a favor de un genial talento para seducir a los más poderosos.

Se había iniciado precozmente en Chuquisaca, en cuyos claustros estudiaba y donde tuvo activa participa¬ción en la sublevación de 1809.
A su bien dotada pluma, que lo llevó a ser periodista de éxito y escriba de los próceres antes citados, se debió la amplia difusión de un libelo de vigorosa influencia en la juventud libertaria de entonces, cuando sólo tenía 19 años.

El "Diálogo entre Atahualpa y Fernando VII en los Campos Elíseos" era un dialéctico intercambio de ideas entre las almas de Fernando VII, Rey de España, y la de Atahualpa, el infortunado Inca sacrificado por Pizarro 300 años atrás.
La trama era ingeniosa y eficaz: el Rey se lamenta ante el Inca por el despojo de que ha sido objeto por parte de Napoleón; Atahualpa, sinceramente conmovido, no pierde la oportunidad de enrostrarle que comprende el sufrimiento real por cuanto él también ha sido despojado de su corona, de sus dominios y hasta de su vida por los conquistadores provenientes de la tierra de la que Fernando VII era justamente monarca. Las argumentaciones del Inca resultan tan convincentes que el Rey termina por afirmar: "Si aún viviera, yo mismo movería a los americanos a la libertad y a la independencia más bien que vivir sujetos a una nación extranjera".

¡AQUÍ LA DEJÓ ESCRITA!

En otro pasaje, y recuérdese que Monteagudo escribía en 1809, Atahualpa afirma que si le fuese posible regresar a la tierra incitaría a la revolución con la siguiente proclama:
"Habitantes del Alto Perú: si desnaturalizados e insensibles habéis mirado hasta el día con semblante tranquilo y sereno la desolación e infortunio de vuestra desgraciada patria, despertad ya del penoso letargo en que habéis estado sumergidos; desaparezca la penosa y funesta noche de la usurpación y amanezca el luminoso y claro día de la libertad. Quebrantad las terribles cadenas de la esclavitud y empezad a disfrutar de los deliciosos encantos de la Independencia: vuestra causa es justa, equitativos vuestros designios".

Su actividad revolucionaria deparó a Monteagudo cárcel en Chuquisaca de la que escapó para unirse al primer ejército que Buenos Aires envió al Alto Perú, ganándose prontamente, como es de imaginar, el afecto y la confianza de Castells.
En la cuenta de este joven extraordinariamente bien parecido, impetuoso, y de ideas radicalizadas, se anotan algunos de los hechos más sacrílegos e imprudentes que fueron despertando en los "arribeños" una opinión contraria a los "abajeños". 
Su vida, que aún despierta polémicas entre detractores y admiradores, termina trágicamente en una oscura calle de la capital del Perú, país que gobernó con escándalo durante el protectorado de San Martín.
Murió con el pecho destrozado por el cuchillo de un asesino a sueldo, Cande¬lario Espinoza, a quien Bolívar manda llevar a su presencia y le promete ahorrarle la muerte si confiesa quién le había pagado para asesinar a su entonces favorito.
La confesión, hecha a solas, debió ser tan impactante que don Simón guardó el secreto hasta su tumba. 




Una de las tareas que Bernardo Monteagudo llevó a cabo con éxito a favor de su fecunda capacidad de convicción fue la defensa de Castelli y Balcarce, acusados de traición e ineptitud luego de la derrota sufrida en Huaqui, juicio que de todas maneras reverdecería años más tarde y que llevaría al gran orador del 24 de mayo de 1810, Castelli, a morir en la cárcel, carcomido por un cáncer de lengua. 

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