Un paracaidista se arroja desde gran
altura, cerca de Buenos Aires. Llegando a la altitud aconsejable para abrir el
paracaídas, el hombre tira de la cuerda que acciona el adminículo, pero no pasa
nada. «Tranquilo, tranquilo», se dice. «Todavía tenés el paracaídas de
emergencia».
Sin temor ni inquietud, tira de la
segunda piola. la que abre el paracaídas de emergencia, pero tampoco pasa nada:
el hombre sigue en caída libre y ya sin paracaídas que lo detenga. «Se acabó»,
piensa, ya en pánico. «Ya no me salva ni Dios...».
Justo en ese momento ve
venir volando desde la tierra, en dirección ascendente y hacia él, a un hombre
vestido con un mameluco gris.
En medio del terror por la caída, y sin
comprender de dónde viene o hacia dónde va, cuando lo tiene cerca el
paracaidista le grita:
- ¡Eh, flaco! ¿Sabés algo de paracaídas?
Y el otro le responde:
- ¡Nada! ¿Y vos: sabés algo de estufas
a gas?