jueves, julio 25, 2013

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A un joven, muy religioso, le regalan un loro. Al principio se alegra por el obsequio, pero rápidamente descubre que el animal sólo profiere obscenidades, profanidades y palabras ofensivas. El joven, al principio, trata de reformarlo: le lee las Sagradas Escrituras, le habla pausadamente, le pone música suave.
El resultado es nulo: el loro sigue lanzando barbaridades todo el día. Finalmente, el joven se harta del animal y le grita que deje de decir palabrotas. El loro le responde con una andanada de malas palabras. El joven lo toma del cuello y lo sacude, pero el loro responde pegándole picotazos en las manos. Desesperado, el muchacho toma al pájaro, abre el freezer de su heladera y lo arroja adentro. Al principio escucha picotazos y patadas contra la puerta, acompañadas del habitual repertorio del loro.
Sin embargo, un par de minutos después, es todo silencio. El muchacho, preocupado, piensa: «¿Lo habré matado?», y abre de inmediato la puerta del freezer. El loro, con total compostura, sale de la heladera, se estira, picotea sus plumas y le dice:

-Comprendo que quizás te ofendí con mi vocabulario y mis acciones, y te prometo que a partir de ahora no se repetirán estas manifestaciones de vulgaridad. Estoy decidido a reformarme y a cambiar mi inaceptable comportamiento.

El joven no puede creer lo que escucha, y cuando está a punto de preguntar qué provocó el cambio, el loro agrega:

-A propósito: ¡qué pedazo de kilombo debe de haber armado el pollo...!


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