Es la mañana de Rosh HaShaná, el Año
Nuevo judío. Raquel entra al cuarto de su hijo, corre las cortinas, abre las
persianas, y grita:
-¡Jaime, Jaime: levantate que tenés
que ir a la sinagoga!
El hijo remolonea, se da vuelta en la
cama y se tapa la cabeza con la frazada. La madre insiste:
-¡Jaime, Jaime: levantate! ¡Es Rosh
HaSaná y tenés que ir a la sinagoga!
-No quiero, ma...
-¿Cómo que no querés?
Va a estar todo el mundo: los Goldstein,
los Grinberg, los Perelman, los Gurfinkel, los Finkelstein... ¡Tenés que ir!
-Ya te dije que no quiero...
-¿Y se puede saber por qué no querés
ir a la sinagoga?
-Por dos razones: una es que a todos
los que nombraste no me los banco, y la otra es que ellos tampoco me bancan a
mí.
Y la madre, enojadísima, le grita;
-Bueh, yo te voy a dar dos razones
para que vayas: ¡tenés 54 años y sos el rabino!