Mario tiene 85 años y vive en un
elegante asilo de ancianos. Cada noche, después de la cena, se sienta en el
gran salón del hogar para recordar su vida y sus logros. Una noche, Juana, de
su misma edad, se le acerca y comienzan a conversar. La charla dura horas,
hasta que Mario sorprende a su interlocutora:
- ¿Sabés qué es lo que más me gusta de
la vida? El sexo.
- ¡Ja ja ja! Pero sin «ayudín» no
podrías hacer nada, y acá no te dan la pastillita azul porque podría hacerte
mal al corazón...
- Ya sé, ya sé... Pero he encontrado
amigas que han hallado gran placer, y lo han dado, tocándome las partes
íntimas. ¿Vos no harías eso por mí?
Juana lo piensa un momento y, sin
decir palabra, abre el cierre del pantalón de Mario y procede a acariciarlo.
Después de esa experiencia, acuerdan verse cada noche en ese rincón del salón
para charlar y para practicar esa actividad extracurricular.
Hasta que una
noche Juana llega, busca a Mario y no lo encuentra. Durante varios días no lo
ve. Pregunta al personal qué pasa con él y le dicen que está recluido en su
habitación. Juana sube al cuarto de Mario, golpea y entra. Para su sorpresa lo
ve acostado con otra residente haciendo con él lo que ella practicaba hasta
pocas noches atrás. Enfurecida, grita:
- ¡Traidor, pensé que lo nuestro iba
en serio! ¿Se puede saber qué tiene esta vieja que no tenga yo?
Mario, con una sonrisa beatífica,
responde:
- Mal de Parkinson...