Un ejecutivo, de viaje de negocios,
conoce a una señorita. Entablan conversación, y rápidamente se ponen de acuerdo
en el precio: $ 4.000 por toda la noche. El hombre le advierte a la chica que
no lleva tanto efectivo encima, pero que al día siguiente le hará llegar un
cheque por el importe, y como garantía le da una tarjeta personal. Y le avisa
que el concepto de la factura será «Alquiler de Departamento», para poder
justificarlo ante la AFIP. Al día siguiente, de camino a su oficina, se
arrepiente de lo que prometió pagar y envía la siguiente nota:
«Estimada señorita: adjunto un cheque
por $ 2.000 por el alquiler de su departamento. No remito el monto convenido
por tres razones: 1) Pensé que nunca había sido ocupado, pero comprobé que
tenía un uso extensivo; 2) creí que la calefacción funcionaría bien y no fue
así: estaba frío; 3) que sería lo suficientemente pequeño para hacerme sentir a
gusto y en casa, y resultó enorme».
Al otro día, el ejecutivo recibe una
carta de la chica:
«Estimado señor:
1) No entiendo cómo usted pensó que un
departamento tan bello podría estar desocupado indefinidamente;
2) la calefacción funciona a pleno;
hay que saberla encender...
3) en cuanto al espacio, el
departamento es pequeño y acogedor: no tengo la culpa de que su escaso
mobiliario no haya podido llenarlo. No culpe a la locadora por esas fallas.
Por favor envíe el resto del importe
convenido o me veré obligada a contactarme con su actual locadora».