Congreso de Tucumán – 9 de julio de 1816
El
9 de julio de 1816 cae un martes. A las dos de la tarde, los diputados del
Congreso, reunidos en San Miguel de Tucumán, comienzan a sesionar bajo la
presidencia del representante por San Juan, Francisco Narciso Laprida. El diputado Teodoro Sánchez de Bustamante, de
Jujuy, pide que se trate el proyecto “sobre la libertad e independencia del
país”. La solicitud se acepta sin discusión. No es el mejor momento de la
historia para dar un paso así, pero los legisladores de ese momento (a
diferencia de muchos de sus colegas actuales) tienen sus atributos bien puestos
en el lugar que corresponde. Y se animan.
La
elección de Tucumán como sede del Congreso simboliza el intento de la elite
política de Buenos Aires de lograr el apoyo del interior del país. Para llegar
a la capital norteña, los diputados porteños recorrieron largos y accidentados
caminos en diligencia. El viaje desde la ciudad puerto duraba aproximadamente
un mes.
“La
Declaración de la Independencia fue, básicamente, un acto de coraje, una
especie de gran compadrada en el peor momento de la emancipación americana”,
escribe Félix Luna. El historiador explica por qué:
“En
el norte del continente, Bolívar había sido derrotado. Chile estaba nuevamente
en manos de los realistas. Los españoles amenazaban Salta y Jujuy y apenas si
eran contenidos por las guerrillas de Güemes. Para empeorarlo todo, Fernando
VII había recuperado el trono de España y se preparaba una gran expedición cuyo
destino sería el Río de la Plata. La Banda Oriental estaba virtualmente ocupada
por los portugueses. Y en Europa prevalecía la Santa Alianza, contraria a las
ideas republicanas. En ese momento crítico los argentinos decidimos declararnos
independientes. Fue un gran compromiso, el rechazo valiente de una realidad
adversa. Era empezar la primera navegación de un país independiente, sin
atender las borrascas ni los riesgos. Un
acto de coraje”.
“Nos los representantes… “
En
cierta forma, el proyecto de emancipación suscrito por 29 congresales también
es resultado de las permanentes demandas del general José de San Martín,
gobernador de Cuyo. El militar la consideraba un requisito indispensable para
su plan de iniciar una ofensiva en gran escala en otras regiones de América del
Sur. Y así, en medio de una situación
adversa, se aprueba el texto de la independencia:
“Nos,
los Representantes de las Provincias Unidas en Sud América reunidos en Congreso
General, invocando al Eterno que preside al universo, en el nombre y por la
autoridad de los Pueblos que representamos, protestando al Cielo, a las
naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos:
declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e
indubitable de estas Provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a
los Reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e
investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey
Fernando VII, sus sucesores y metrópoli. Quedan en consecuencia de hecho y
derecho con amplio y pleno poder para darse las formas que exija la justicia, e
impere el cúmulo de sus actuales circunstancias. Todas y cada una de ellas así
lo publican, declaran y ratifican, comprometiéndose por nuestro medio al
cumplimiento y sostén de esta su voluntad, bajo del seguro y garantía de sus
vidas, haberes y fama”.
En
aquel momento, como hoy, proliferan los operadores políticos, los agentes de
inteligencia, los mariscales de la derrota. En los días posteriores, corre el
rumor de que el general Manuel Belgrano ha negociado en privado con los
diputados para crear una monarquía al servicio de los reyes de Portugal.
En
una sesión secreta del 6 de julio, Belgrano fue invitado por el Congreso para
informar sobre las formas de gobierno y expuso su opinión ante los diputados.
Sostuvo entonces que la Revolución Americana había perdido prestigio y toda
posibilidad de apoyo europeo por “su declinación en el desorden y anarquía
continuada por tan dilatado tiempo”. Continuó: “que había acaecido una mutación
completa de ideas en Europa en lo respectivo a la forma de gobierno. Que como
el espíritu general de las naciones, en años anteriores, era republicarlo todo,
en el día se trataba de monarquizarlo todo.
Que la nación inglesa, con el
grandor y majestad a que se ha elevado, no por sus armas y riquezas, sino por
una constitución de monarquía temperada, había estimulado a las demás a seguir
su ejemplo. Que la Francia la había adoptado, Que el rey de Prusia, por sí
mismo, y estando en el goce de un poder despótico, había hecho una revolución
en su reino, y sujetándose a bases constitucionales iguales a las de la nación
inglesa; y que esto mismo habían practicado otras naciones”; que “en su
concepto la forma de gobierno más conveniente para estas provincias sería la de
una monarquía temperada; llamando la dinastía de los Incas por la justicia que
en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del
trono”. Este informe de Belgrano al Congreso fue comentado por Tomás Manuel de
Anchorena a Rosas, en una carta fechada el 4 de diciembre de 1846.
Los
legisladores salen al paso a la campaña de trascendidos. Se reúnen en sesión
secreta el 19 de julio y amplían un párrafo del Acta de la Independencia: donde
dice “una nación libre e independiente de los reyes de España y su metrópoli”,
agregan la frase “y de toda otra dominación extranjera”. La propuesta es del
diputado Pedro Medrano, abogado nacido en Montevideo (Banda Oriental). El texto
se jura 48 horas después.
Para
divulgar la noticia, el Congreso envía a todas las provincias copias del acta.
Incluso, se hacen traducciones en quechua y aymara, los dialectos aborígenes
del Norte. Y para mantener informada a la población sobre las actividades de
los representantes, se crea un periódico oficial: el “Redactor del Congreso
Nacional”.
El
Congreso se traslada a Buenos Aires a comienzos de 1817 porque los portugueses
invaden la Banda Oriental, los realistas españoles del Virreinato del Perú
amenazan las fronteras del Norte, defendidas por Martín Güemes, y algunas
provincias reaccionan ante la posibilidad de que se instaure un régimen
monárquico. El llamado “Congreso de Tucumán” sigue sesionando hasta febrero de
1820.
Sin
embargo, hay que destacar que en la asamblea no están representadas varias
regiones que actualmente son importantes provincias del país y que, en cambio,
participan delegados de zonas que hoy ya no pertenecen a la Argentina.
En
el primer caso, están ausentes Santa Fe, Corrientes, Entre Ríos y Misiones. En
el segundo, se encuentran Charcas, Mizque, Chichas y Cochabamba, zonas del Alto
Perú que actualmente pertenecen a Bolivia. Tampoco había representantes de la
Banda Oriental.
“Hijos de un país cosmopolita”
En
1825 la denominación de Provincias Unidas de América del Sur se suplanta por el
de Provincias Unidas del Río de la Plata. La Constitución de 1826 instaura el
nombre de Nación Argentina.
El
ensayista, diplomático y viajero Manuel Ugarte (1878-1951), sistemáticamente
silenciado por la historia oficial, escribe en “La bandera y el himno”,
artículo publicado en 1916:
“Somos
hijos de un país cosmopolita, donde la nacionalidad se viene acumulando con
ayuda de aportes disímiles, y a veces contradictorios, que exigen un especial
esfuerzo de aglomeración. (.) Lo que aquí se impone antes que nada es difundir
y afianzar el sentimiento nacionalista por medio del razonamiento, el color, el
sonido, los recuerdos y cuanto concurre
a mantener en el alma esa maravillosa emoción colectiva que se llama el
patriotismo”.
Ugarte
se refiere a patriotismo, no patrioterismo. Nacionalismo, no folklore
gauchesco. Pertenencia, no exclusión. Más adelante, agrega:
“Lo
que nuestra república cosmopolita y poco coherente exige, no es que se concrete
la nacionalidad en un grupo dirigente, que en ciertos momentos ha estado lejos
de ser la mejor expresión de nuestro conjunto, sino que se expanda y se difunda
hasta invadir todos los cerebros y todos los corazones para amalgamarlos, no ya
en un simple conglomerado material, sino en un conglomerado más complejo y más
alto, que de a todos un punto de partida en el pasado y un punto de mira en el
porvenir, sancionando la verdadera continuidad solidaria que ha sido el secreto
de las más grandes fuerzas históricas”.