miércoles, junio 20, 2012

Peronistas escuchad: Hoy, 20 de junio, también se conmemora la Masacre de Ezeiza y el nacimiento de la Triple A -parte I


Voy a decirlo todo junto, de un solo saque, porque el tema es complejo, doloroso:

Hoy, se conmemora la Masacre de Ezeiza
Hoy, se conmemora uno de los actos políticos más grandes de Sudamérica
Hoy, se conmemora el nacimiento de la Triple A
Hoy, se conmemora la primera agachada del Viejo
Hoy, se conmemora el día que un palco estaba dominado por la OAS francesa
Hoy, se conmemora la pésima conducción política de Juan Perón
Hoy, se conmemora el velatorio más gigantesco de la historia argentina.

Volver de Ezeiza fue un dolor inextinguible.
Oscurecía y la inmensa muchedumbre caminaba por la Riccheri mirando el asfalto.
Nadie hablaba.
El silencio aturdía.
Era el velatorio más gigantesco de la historia argentina.


Ese 20 de junio nace la Triple A, organización terrorista de extrema derecha que habrá de matar alrededor de 2000 personas entre 1974 y 1975.
Luego se sumaría muy naturalmente a los grupos de tareas de la dictadura del ’76.
Lo dirá Rodolfo Walsh: hoy, la Triple A son las Tres Armas.


LA SERPIENTE DE LA CONTRAINSURGENCIA

En Ezeiza, el 20 de junio, la serpiente de la contrainsurgencia había roto su huevo y estaba en acción.

Los montos –sin saberlo– peleaban contra la OAS, que había venido muy tempranamente al país a instruir a los militares argentinos.
Entraron con Aramburu y se quedaron.

Lo esencial que enseña la OAS es lo que considera primario en la tarea de contrainsurgencia: torturar.
Se conocen todas las técnicas posibles.
O sea, en el palco de Ezeiza hay una importante colaboración de elementos fascistas del Ejército Argentino.

Se trataba de frenar a los “zurdos”.
¿Recuerdan ese discurso de Sánchez de Bustamante a sus subordinados?
Había, en el peronismo, un agresivo elemento “marxista” que preocupaba a los militares y “a los hombres de orden” de ese partido. Trabajarían juntos para eliminarlo.
Ojo: no todo el Ejército. Sólo algunos sectores. Los más recalcitrantes.

Los otros, los liberales, decidieron esperar a que Perón se destruyera solo.
Seguros de que no aguantaría esa lucha.

Media clase media y toda la clase alta empezó a decir: “El les dio vuelo, ahora que se joda y los frene”.
Los militares, desde muy temprano, decidieron intervenir cuando todo se hubiera recontrapodrido, tal como ocurrió.

Que Firmenich diga que coparon el palco es una mentira total.
No coparon nada. Los cagaron a tiros y los hicieron rajar en busca de salvar la vida.
La Orga no fue armada.
Sólo armas cortas, de escaso calibre, las que llevaban hasta para ir a mear. Sólo eso.
Los otros tenían el arsenal más sofisticado que alguna vez entrara en la Argentina. Y lo usaron.
No eran en vano asesinos. Dispararon a diestra y siniestra.
Para colmo agarraron a pobres tipos, algunos que nada tenían que ver y los llevaron al Hotel Ezeiza donde habían instalado salas de tortura en las habitaciones.

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Convendrá aclarar algunas cuestiones.

No puede ponerse en un mismo nivel el error de la Tendencia por pretender copar un acto que pertenecía a todos que la criminalidad desaforada de las bandas mercenarias de la derecha peronista.
Son dos cosas totalmente distintas y una de ellas claramente más inaceptable, más condenable que la otra.

Una, a lo sumo, pertenece a un proyecto que buscaba exhibirle a Perón el poder de la movilización de la izquierda.
Tampoco creamos que ésta era una actitud inocente.
Detrás de ella está el proyecto de Montoneros de compartir la conducción con Perón, de heredarlo incluso cuando muriera.
Este proyecto fue nefasto.

Creció alimentado por la importancia de la juventud peronista en la campaña electoral, por el fabuloso cierre en la cancha de Independiente y por la movilización del 25 de mayo.
 Ahí, la Orga se creyó dueña de todo. “Pusimos el fervor, la militancia, los muertos. Ahora queremos su equivalente en poder.”
A esto responde la lista que le entregan a Perón con los nombres de los políticos con que debe formar el gobierno justicialista.
Se confundieron.

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Para la nueva etapa, Perón quería otros protagonistas. No quería lobos disfrazados de corderos.

Había que frenar el proyecto de la patria socialista y hacer un gobierno de unidad nacional, un gobierno burgués nacional y popular, distributivo pero inevitablemente capitalista.
Los del palco eran asesinos profesionales o matones sin moral alguna y fueron los masacradores de Ezeiza.
Respondían a Osinde.
Osinde respondía a Perón.

Este siniestro personaje estaba al frente de la seguridad y ya tenía una larga historia junto a Perón.

Osinde ocupaba un cargo extravagante en el gobierno, una especie de secretaría de deportes que nadie entendía qué propósito ocultaba.
Un propósito importante: frenar al “zurdaje”, impedir que se adueñara del movimiento peronista.
Para eso ya tenía armado todo un aparato de profesionales del crimen.
Como pensamos darle un desarrollo considerable al aparato represivo que ya estaba listo en el mes de junio de 1973, todavía no entraremos en ese tema.

Como sea, Bonasso describe bien a los matarifes que estaban en el palco: “A la una de la madrugada (hora de Buenos Aires) y cinco de Madrid, Osinde habló a la quinta 17 de Octubre para ‘informarle al General de todos los recaudos tomados’. Seguramente no entró en detalles.
“El principal era la custodia del palco, ocupado militarmente por las distintas fuerzas (...) matones de Smata, la UOM y otras agrupaciones gremiales, que se identificaban con los brazaletes verdes de la JSP; cadeneros del C. de O.; pistoleros de la CNU; integrantes de la renacida Alianza Libertadora; militares retirados, policías cesanteados y argelinos convocados por el jefe militar del proscenio, el agente de la SIDE Ciro Ahumada” (Bonasso, ob. cit., p. 710).

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Para muchos de los que formaban la juventud peronista esta cara del peronismo era desconocida.
Recuerdo que una compañera de Filosofía (cuando asomó esta derecha fascista) me confesó su inesperado terror: “Es lo que nos habían dicho nuestros viejos y nunca quisimos creerles.

Tengo un tío que fue ferroviario en los ’50 y siempre me contaba que aparecían cadáveres por todas partes.
Que los reventaban a cadenazos, que los torturaban. Era gente como ésta”.
Un fenómeno notable: de pronto los viejos tenían razón.

La OAS en el Palco

De pronto todas las peores versiones de la Libertadora volvían para algunos que no podían creer lo que pasaba y el único verosímil que tenían eran los chismes de sus padres gorilas.
Que Perón había sido un nazi. Lo que estaban viendo ahora –estremecidos– no los llevaba a atreverse a decir que Perón era nazi. O fascista. O amigo de la represión feroz.

Pero nadie podía ocultar que estaba rodeado de fascistas temibles.
Al cabo, si Osinde, que era un nazi y un carnicero, había sido custodio y hombre de Perón desde su primer gobierno,
¿qué había sido ese gobierno?
¿Quién era Perón?
¿De quién se esperaba el socialismo nacional?


El presente se proyectaba sobre el pasado cuestionando la imagen que muchos se habían forjado de él.

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Desde el 19 a la noche hubo tiros en Ezeiza.

Muchos periodistas se acercaron al palco y vieron armas que no habían visto nunca.
“Las que entraron con López Rega”, como me confesó mi “amigo” el mercenario que opinaba que a “Fortunato lo perdió el balcón”.

¿Nadie sabía esto en el Gobierno?
¿Nadie pudo impedirlo?
¿Por qué Cámpora venía con Perón y el Gobierno estaba en manos de Solano Lima?
¿Por qué Cámpora no lo recibió aquí al frente de todo el aparato legal de un gobierno, de todo su aparato de defensa?

¿Por qué no formó el Gobierno una Comisión para recibir al Líder?
¿Por qué no ordenó ocupar el palco con fuerzas legales?

¿No sabía quién era Osinde, lo que estaba preparando, la matanza que sin duda se iba a desatar? Esto ya se sabía.

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La debilidad del Gobierno fue notoria. Es que el que gobernaba era Perón.
Si Perón le decía a Cámpora cómo había que hacer las cosas, Cámpora las hacía.

Por eso era también absurda esa leyenda que proponía a Perón como el encargado de la misión “continentalista”.
Uno ya estaba saturado de verlo a Cámpora aparecer por TV y decir que “la gran misión del general Perón es la de unir a los pueblos de América”.
¿Así que Perón abandonaba su comodidad en Madrid para andar yirando por toda América latina tratando de unirla? Pocos se creían eso.

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Entonces, ¿cómo se resolvía la cosa?
La conducción de la Orga decidió (el día de Ezeiza) presionarlo al General y demostrarle que debía estar con ella, porque tenía el poder de las masas.
Pero los fachos sabían cómo frenar esa embestida: “Los sindicalistas y el gobierno militar sentían la necesidad de actuar rápido, para sofocar esa presencia expansiva y amenazante.

¿Pero cómo?
Un indicio lo brindó el contraalmirante Horacio Mayorga, rico propietario de fábricas de artículos de cuero.
Al despedirse de la Aviación Naval que comandaba, reveló los planes que conocía, muy pocos días antes de la masacre. ‘Se están preparando bandas armadas clandestinas’, dijo en su último discurso oficial...” (Verbitsky, ob. cit., p. 111).
También señala el autor que los Montoneros fueron, a la vez, prepotentes e ingenuos.

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Veamos estos dos aspectos en palabras del iluminado conductor de la Orga, Firmenich: “Nuestra decisión política era mostrarle a Perón un poderío de masas, de opinión pública, para decirle: ‘Vea, General, el proceso va por acá.

No va por la vieja burocracia sindical.
El proceso político argentino, este que lo ha traído a usted, viene por esta base de masas, que es esta juventud que opina esto, que se organiza de esta forma y que tiene esta bandera’.

Y por eso llevamos enormes banderas de cincuenta metros de largo que decían Montoneros.
Era un hecho histórico y nosotros teníamos la voluntad política de dejar constancia de que había una dirección transformadora del proceso que estaban marcando las nuevas generaciones, que esas nuevas generaciones eran mayoría en la movilización y que eran no sólo las fuerzas que habían luchado sino las fuerzas que podían sostener el proceso de ahí en adelante.
Y por eso fuimos con todo el énfasis político. Por eso movilizamos a toda la gente que pudimos del interior y de Buenos Aires. Hicimos el máximo esfuerzo de movilización con banderas claras.

A lo mejor, así como para nosotros era absurdo pensar que hubiera una banda de mercenarios enquistada en el palco dispuesta a tirar, también para ellos habrá sido absurdo pensar que estos jovencitos pudieran copar el acto más grande de la historia argentina.
Lo copamos.

El acto más grande de la historia argentina fue un acto, no digo montonero, un acto peronista dominado políticamente por la expresión de los Montoneros” (Felipe Pigna, ob. cit., pp. 226/227. Cursivas mías).

Fragmentos de José Pablo Feinmann. Libro Peronismo. Filosofía política de una obstinación argentina

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