EN EL DIA DEL CUMPLEAÑOS...
CHE GUEVARA, por RODOLFO WALSH
El presente texto fue extraído de una
recopilación de artículos sobre el Che Guevara publicado por la Casa de las Américas en 1986.
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Lo veo a Camilo, una mañana de
domingo, volando bajo en un helicóptero sobre la playa de Coney Island,
asomándose muerto de risa y la muchedumbre que gozaba con él desde abajo. Lo
oigo al viejo Hemingway, en el aeropuerto de Rancho Boyeros, decir esas
palabras penúltimas: "Vamos a ganar, nosotros los cubanos vamos a
ganar". Y ante mi sorpresa: "I´m not a yankee, you know".
Interminablemente veo a Masetti en
las madrugadas de Prensa Latina, cuando ya se tomaba mate y se escuchaba unos
tangos, pero el asunto que volvía era el de esa revolución tan necesaria,
aunque hoy se presenta tan dura, tan vestida con la sangre de la gente que uno
admirado simplemente quiso.
Nunca sabíamos en Prensa Latina,
cuándo iba a venir el Che, simplemente caía sin anunciarse, y la única señal de
su presencia en el edificio eran dos guajiritos con el glorioso uniforme de la
sierra, uno se estacionaba junto al ascensor, otro ante la oficina de Masetti,
metralleta al brazo. No sé exactamente por qué daban la impresión de que se
harían matar por Guevara, y cuando eso ocurriera no sería fácil.
Muchos tuvieron más suerte que yo,
conversaron largamente con Guevara. Aunque no era imposible ni siquiera difícil
yo me limite a escucharlo, dos o tres veces, cuando hablaba con Masetti. Había
preguntas por hacer pero no daban ganas de interrumpir o quizá las preguntas
quedaban contestadas antes de que uno las hiciera. Sentía lo que él cuenta que
sintió al ver por única vez a Frank País: sólo podría precisar en este momento
que sus ojos mostraban enseguida el hombre poseído por una causa y que ese
hombre era un ser superior. Yo leía sus artículos en Verde Olivo, lo escuchaba
por TV: Parecía suficiente, porque Che Cuevara era un hombre sin desdoblamiento.
Sus escritos hablaban con su voz, y su voz era la misma en el papel o entre dos
mates en aquella oficina del Retiro Médico.
Creo que los habaneros tardaron un
poco en acostumbrarse a él, su humor frío y seco, tan porteño, debía caerles
como un chubasco. Cuando lo entendieron, era uno de los hombres más queridos de
Cuba.
De aquel humor se hacia la primera
víctima. Que yo recuerde, ningún jefe de ejército, ningún general, ningún héroe
se ha descrito a sí mismo huyendo en dos oportunidades. Del combate de Bueycito,
donde se le trabo la ametralladora frente a un soldado enemigo que lo tiroteaba
desde cerca, dice: "mi participación en aquel combate fue escasa y nada
heroica, pues los pocos tiros los enfrenté con la parte posterior del
cuerpo". Y refiriéndose a la sorpresa de Altos de Espinosa: "no hice
nada más que una retirada estratégica a toda velocidad en aquel
encuentro". Exageraba él estas cosas, cuando todos sabían que acaba de
recordar Fidel, que lo difícil era sacarlo del lugar donde hubiera más peligro.
Dominaba su vanidad como el asma.
En esa renuncia a las últimas
pasiones, estaba el germen del hombre nuevo que hablaba.
Guevara no se proponía como un héroe:
en todo caso, podía ser un héroe a la altura de todos. Pero esto, claro, no era
cierto para los demás. Su altura era anonadante: resulta más fácil a veces
desistir que seguirlo, y lo mismo ocurría con Fidel y la gente de la Sierra. Esta
exigencia podía ponernos en crisis, y esa crisis tiene ahora su forma
definitiva, tras los episodios de Bolivia.
Dicho más simplemente: nos cuesta a
muchos eludir la vergüenza, no de estar vivos porque no es el deseo de la
muerte, es su contrario, la fuerza de la revolución, sino de que Guevara haya
muerto con tan pocos alrededor. Por supuesto, no sabíamos, oficialmente no
sabíamos nada, pero algunos sospechábamos, temíamos. Fuimos lentos, ¿culpables?
Inútil ya discutir la cosa, pero ese sentimiento que digo está, al menos para
mí y tal vez sea un nuevo punto de partida.
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Esta frase con su sello, su impronta,
su marca criminal, queda propuesta para la historia. Y su necesaria réplica:
alguien tarde o temprano se irá al carajo de este continente. No serán los que
nacieron en él. No será la memoria del Che.
Que ahora está desparramado en cien
ciudades entregado al camino de quienes no lo conocieron
Buenos Aires, octubre de 1967.