La humillación sexual como táctica
política para controlar a las masas
Que
el sexo quita y otorga poder, no es algo que debería sorprendernos —lo
experimentamos cotidianamente, seamos o no conscientes de ello. Generalmente
padecemos el sexo en el espacio público como una herramienta mercadológica y,
por supuesto, en las relaciones personales, influidas por esta transmisión
global, como una moneda de cambio (una transacción también energética).
Pero
el sexo también tiene una dimensión política, algo que históricamente ha sido
utilizado por la religión en su ambición de detentar el poder, de reprimir para
controlar y así guardarse celosamente “las llaves del cielo”, impidiendo el
desarrollo y la liberación del individuo que necesariamente pasa por la
comunión energética entre el cuerpo y la naturaleza (o la inferfaz entre el
hombre y el universo).
Probablemente
fue Michel Foucault quien despertó nuestra conciencia a la manipulación
sistemática que hace el Estado de nuestros cuerpos —entendidos como objetos de
poder. Pero actualmente estamos ante una de las más conspicuas manifestaciones
de esta añeja veta de violación de la privacidad y posesión de la intimidad. La
intimidación y la humillación sexual es un capital sumamente útil para un
Estado que busca combatir la supuesta guerra contra el terror (que en su
reverso podríamos ver como la amenaza que le significa la diferencia y la
libertad) infundiendo terror preventivo.
Humillantes
imágenes de presos palestinos obligados a desnudarse al llevarlos a cárceles en
Israel.
En
un notable artículo para The Guardian, la periodista Naomi Wolf explora las
aristas de la humillación sexual con fines políticos, alertando sobre el
creciente uso de esta táctica. Recientemente la Suprema Corte de Estados Unidos
decidió que cualquier persona puede ser registrada desnuda una vez que ha sido
arrestada, por cualquier ofensa menor, en cualquier momento. Esto no sería tan
grave si no se hubiera pasado la ley NDAA, que permite la detención militar de
un ciudadano estadounidense indefinidamente, sin tener que ser llevado a
juicio, o la HR 347, que plantea una sentencia de hasta 10 años por protestar
cerca de alguien que tenga protección del Servicio Secreto. Leyes que parecen
hechas a la medida para contrarrestar movimientos de protesta como Occupy Wall
Street y perturbar la psicológicamente a cualquiera que se considere,
arbitrariamente, una amenaza a los oscuros designios del poder invisible.
Esto
se une a la controvertida implementación de los escaneos a cuerpo completo (los
cuales han sido descritos como pornografía burócratica en rayos X) y de los
cateos de las llamadas “partes privadas” a los que, uno u otro, son sometidas
las personas en los aeropuertos de Estados Unidos. Scanners que por cierto
representan un enorme negocio para George Soros y Michael Chertoff, ex
Secretario de Seguridad Nacional, ligados a la empresa fabricante Rapiscan
(cuyas cínicas siglas en inglés pueden traducirse violaescáners).
Se
podría decir que este tipo de cateos o indagaciones del cuerpo son meros
trámites y que si no nos avergonzamos de nuestro cuerpo no haya nada de que
escandalizarnos. Pero la realidad es que en una sociedad que sistématicamente
está siendo programada para sentir que su cuerpo, por no ajustarse a los
paradigmas de la belleza o por la larga losa de la represión, es inadecuado y
es algo que debe de ocultar, esta exhibición forzada ante la ley significa una
experiencia posiblemente traumática y un nuevo psy-op (operación psicológica).
Y por estas mismas razones psicosociales representa un hervidero de posibles
violaciones sexuales e humanitarias —algo que puede claramente verse en las
prácticas de tortura sexual de los soldados estadounidenses en Irak, en la
prisión de Bagram en Afganistán y en la sodomización mediatizada de Gadafi.
Tortura
de prisioneros iraquíes por soldados de las fuerzas invasoras yankees.
Uno
de las primeras personas en manifestarse en contra del “strip-search“, el cual
ahora puede aplicar la policía casi a voluntad, Albert W. Florence, relató
haber recibido la orden: “Voltéate. Caga y tose. Abre tus cachetes”. Florence,
quien fue detenido por una infracción de tránsito, dijo que los sucedido lo
hizo “sentirse menos hombre”.
Anthony
Kennedy, uno de los jueces que aprobó esta ley, explicó que la medida es
necesaria ya que uno de los terroristas del 11-S pudo haber sido detenido por
conducir a exceso de velocidad —y entonces se asume que tal vez registrar su
genitalia o su ano pudo haber de alguna manera acabado con los planes para
derribar las Torres Gemelas.
Naomi
Wolf nos recuerda que el uso de la desnudez forzada por el Estado es un síntoma
de un descenso al fascismo:
El
uso político de la desnudez forzada por régimenes anti-democráticos ha sido
establecido hace mucho. Forzar a que las personas se desvistan es el primer
paso a quebrantar su sentido de individualidad y dignidad y reforzar su falta
de poder. Mujeres escalvizadas eran vendidas desnudas en las calles del Sur de
Estados Unidos y adolescentes esclavos servían a mujeres blancas en las mesas
del Sur, mientras ellos estaban desnudos: su humillación invisible era un tropo
para su desmasculinización. Prisioneros judíos eran pastoreados a campos de
concentración sin ropa y fotografiados desnudos, como han reiterado las
imágenes icónicas del Holocausto.
Wolf
señala, en un dejo de Foucault, que las prisiones militares tienen incorporadas
a su arquitectura esta potencia de humillación sexual. En su visita a
Guantánamo observó cómo los cubículos transparentes de las duchas daban al
atrio central donde guardias femeninas veían obligadas a prisioneros musulmanes
desnudos. O la observación aeroportuaria de la tendencia de los guardias a
juntarse a observar cuando una mujer está siendo “registrada” (lo que se conoce
como el pat down).
Esta
invasión del Estado a lo íntimo tiene su lado un tanto más inmaterial a través
de la vigilancia y el espionaje cibernético —cuya nueva y más poderosa
manifestación orwelliana es la reciente construcción de un centro de
recopilación de información en Utah que la revista Wired llama La Matrix.
Nuestra mente y nuestro cuerpo es información: poder.
Wolf
cree que este incremento en la vigilancia y en la humillación sexual como polo
físico de la vigilancia y la prevención del terror a través del terror obdece,
a su vez, a un incremento en la libertad que ofrece Internet y en la conciencia
que se manifiesta como rebeldía civil. Es casi un mecanismo automático reactivo
de la tiranía multicéfala que se difumina en el aparato de control. Sin embargo,
no quisiéramos caer en la paranoia y quizás lo mejor que podemos hacer es salir
desnudos al sol, donde siempre estará latente la comunión orgiástica con las
fuerzas de la naturaleza no reguladas… con los hombres libres, los árboles, los
animales y los elementales.
Por Aleph de Pourtales
Fuente : Radio Chimia
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