sábado, junio 16, 2012

Bombardeos sobre Plaza de Mayo, el recuerdo sobre una barbarie de la derecha argentina - Bombardement de la Plaza de Mayo, la mémoire de la barbarie droit de l'Argentine

Hace 57 años, el bruto
Bombardearon Plaza de Mayo

Nuestra recuerdo sobre una barbarie que es necesario mantener en la memoria de todos, para que no pueda ser repetida.
  
Hace más de medio siglo, el 16 de junio de 1955, en la ciudad de Buenos Aires  se consumó la mayor masacre del siglo XX contra una  población civil e indefensa . Sin embargo, los nombres de aquellas víctimas aún no salieron completamente del olvido. Una cerrada trama de los intereses que impulsaron a los ejecutores de la barbarie, fue tejida férreamente para mantener  el ocultamiento y un silencio que desdibujaran en la memoria de nuestro pueblo, los hechos y los responsables. 
Se trató de un levantamiento de unos cien oficiales de la Marina, sofocado ese mismo día, que  tuvo apoyo de Comandos Civiles armados, dirigidos por el radical unionista Miguel Angel Zavala Ortiz, luego miembro destacado de la Junta Consultiva de la llamada ‘Revolución Libertadora’ y mas tarde, canciller del gobierno de Arturo Illía.
También se habían sumado oficiales aeronáuticos de la base de Morón y algunos de Ezeiza.
El plan tenía el objetivo principal de asesinar al presidente Juan Domingo Perón y a partir de allí  infantes de marina se apoderarían de la Casa de Gobierno para ordenar un gobierno de ‘facto’. En la mañana, un comando se apoderó de Radio Mitre y dio a conocer un bando de los sublevados.
El ministro de Marina, Aníbal Olivieri, se había internado el día 15 en el policlínico del arma. Lo hizo para disimular su complicidad con los golpistas. Por eso, recién al comenzar  los ataques y saber del copamiento de la sede ministerial, abandonó el hospital. Lo acompañaron sus tres asistentes: Eduardo Massera,  Horacio Mayorga y Oscar Montes. Los tres reaparecerán el primera línea de la dictadura de 1976.
La situación se había agravado cuando el 14 de junio,  una marcha por ‘Corpus Christi’ hacia el Congreso Nacional y bajo la consigna Cristo Vence, recorre la avenida de Mayo y reúne  hasta los comunistas.
Los manifestantes arrancan placas del frente al edificio del Congreso y llegan a izar dos banderas amarillas del Vaticano. Y tras esos incidentes, la policía halló una enseña nacional quemada. Así, la oposición quedó inculpada gravemente.
Aunque sus dirigentes de inmediato atribuyeron el agravio a un plan urdido por el jefe de la policía federal.
El enfrentamiento, entre el gobierno peronista y el sector conservador de la Iglesia Católica, venía tensándose hacía unos meses a causa del proyecto de ley para separar la Iglesia del Estado presentado por el oficialismo(*).
En ese marco, aquel 16 de junio, Perón decide organizar un desfile, en tierra y aire, para desagravio a la bandera nacional.
Esa circunstancia es la que acelera los planes de los conspiradores. Vieron que la salida de sus aviones iba a pasar desapercibida para los otros mandos militares.
A las 12:40 de aquel día lleno de bruma,  el capitán de fragata Néstor Noriega inicia el bombardeo al mando de un avión Beechcraft y le sigue el capitán de corbeta Santiago Sabarots. Cada uno lanzó una bomba de 50 kilos.
Abajo, en nota firmada del diario Clarín el estallido “incendió y transformó en chatarra dos automóviles estacionados junto al cordón de la vereda, mientras la segunda destruía a otros dos vehículos”. Las esquirlas  habían matado a las primeras ocho personas, a las que “manos piadosas les cubrieron el rostro con diarios”(**)
La cuadrilla, integrada por cuarenta aviones,  había salido  de la base aeronaval de Punta Indio y durante tres horas, cubrió de muerte la histórica plaza. En medio de las corridas envueltas por el pánico, los disparos sin descanso de las ametralladoras dejaron huellas que aún hoy se ven, por ejemplo, en el frente del edificio del ministerio de Economía que da a la avenida Leandro Alem.
En la Casa de Gobierno impactaron 29 bombas, seis sin estallar: Allí hubo 12 muertos y  55 heridos, entre civiles y miltares.
Tras la caida de unas 100 bombas de entre 50 y 100 kilogramos la masacre quedó consumada:  350 personas muertas y otras mil, heridas. La inmensa mayoría, trabajadores que caminaban o viajaban en transporte automotor.
Un trolebús repleto, frente a la plaza Colón, detrás de la Casa de Gobierno, fue perforado por una bomba: sólo allí hubo 65 muertos, muchos despedazados. Otro transporte recibe un  bombazo en avenida Las Heras y Pueyrredón, en cercanías de la antigua residencia presidencial, donde disparos dieron en varios frentes de vivienda y produjeron muertos y heridos. El predio era el conocido “Palacio Unzué” , es el mismos sobre el que se levanta la biblioteca Nacional en el barrio Norte.
En otro sitio, en el conurbano bonaerense, una columna de soldados del Regimiento de Infantería de La Tablada, también fue bombardeada desde aviones rebeldes. Tres fueron los muertos y seis los heridos.
Los alrededores de la sede de la Confederación General del Trabajo (CGT), en Azopardo e Independencia, son también ametrallados, cuando comenzaban a reunirse los trabajadores que eran movilizados en camiones para defender al gobierno justicialista.
El símbolo de esa desigual lucha, entre miles de manifestantes y los militares golpistas, fue quizá el obrero Héctor Passano. “Cayó partido por la mitad cuando intentaba abatir un avión Gloster Meteor con un revolver” .
La del 16 de junio, era la segunda intentona militar para matar a Perón. El 28 de setiembre de 1951,  el general Benjamín Menéndez había encabezado un levantamiento, dentro del cual, el entonces “capitán Alejandro Agustín Lanusse tenía asignada la misión de atentar contra la vida del general Perón”. (*)
También había fracasado, no obstante contar con aviación naval.
“Menéndez era el capo, pero también había un Julio Alsogaray, un Sánchez de Bustamante, un Lanusse, ese que después iba a ser presidente. Era joven y jefe del Puesto Uno de la guardia, por donde iba a pasar Perón. Ahí lo iban a matar” contó el suboficial Marcelino Sánchez, en declaraciones periodísticas.
Aquella mañana de junio, un grupo del Cuarto Batallón de Infantería de Marina, al mando de Juan Carlos Argerich, se apoderó del edificio del ministerio de Marina. Los infantes  tenían los nuevos fusiles semiautomáticos  belgas, recién ingresados de contrabando en el último viaje de instrucción de la alumnos de la Escuela Naval de Río Santiago, que dirigía el contraalmirante Isaac Rojas.
Casi a las dos de la tarde, esos infantes de Marina, atrincherados en las cercanías de la Casa Rosada,  en el sector de la Plaza Colón, tras disparar a mansalva a la población, tuvieron que capitular al ser rodeados por cuatro tanques Sherman.
Las tropas leales estaban al mando del general de Ejército, Ernesto Fatigati y se desenvolvían  en medio de los  miles de trabajadores que habían comenzado a rodear el edificio de los marinos y amenazaban con linchamientos.
Entonces, los jefes golpistas, contralmirante Samuel Toranzo Calderón y el comandante de la fuerza, vicealmirante Benjamín Gargiulo, tuvieron que  rendirse. Caían junto con el sol: Eran las seis menos cuarto de la tarde.  Apresados todos, Gargiulo  se suicidó con un tiro en la sien.
Los restantes sublevados, incluido Zavala Ortiz, el jefe de los comandos civiles, habían huido al Uruguay en treinta y seis  aviones.
La masacre prenunciaba, exactamente para tres meses después, el sangriento levantamiento de la llamada “Revolución Libertadora” que tuvo desde un comienzo un fuerte olor a petróleo. Los intereses británicos, viejos intrigantes, aprovecharán la disputa del Gobierno con la Iglesia, e  impulsarán un golpe final triunfante en setiembre de aquel mismo año, para impedir que intereses estadounidenses pudieran desplazarlos de la explotación del oro negro patagónico.(RM)

(*) La Masacre de Plaza de Mayo de Gonzalo Chavez.Ediciones de la Campana.Octubre 2003 

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